EL LENINISMO

 

Juan F. Benemelis
Del libro Fin de una Utopía

El marxismo ruso
 

El bolchevismo sería una expresión ideológica del atraso de la Rusia zarista, una reacción agresiva al crecimiento de la civilización del mercado mundial. En cierto sentido fue la respuesta europea a un reto de la propia Europa, un intento desesperado para avanzar por la senda de la industrialización a trancos, quebrantando el balance social y estableciendo un super-Estado.

El marxismo parte de la base de que el capitalismo es un sistema que no puede seguir desarrollando la sociedad porque las fuerzas productivas, es decir, la energía de la sociedad, se ve frenada por dos grandes obstáculos: el Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción. Se estimaba que el capitalismo no podría superar jamás sus crisis cíclicas, ya que la explotación a la que se veía sometida la clase obrera impediría que ésta pudiese absorber la producción completa, originándose la manida crisis de sobreproducción. Pero, el capitalismo demostró tener capacidad industrial instalada para fabricar mucho más de lo que se consume.

     En un análisis hecho casi en los inicios de la revolución bolchevique, Gramsci expresaba que eran los maximalistas los que se habían adueñado del poder, estableciendo su dictadura y elaborando las formas socialistas de la revolución (Gramsci en: La Revolución contra el capital, publicado en Milán, en 1917). Para Gramsci la revolución de los bolcheviques se componía más de ideologías que de hechos y era una revolución contra El Capital de Carlos Marx. Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se formase una burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución.

La nueva restauración de la fe en la doctrina de Marx fue asumida por los marxistas rusos: Plejanov, Martov, Lenin, Trotsky, Vera Zasúlich y por los alemanes Rosa Luxemburgo y Liebnecht. La gran polémica entre Lenin y Kautsky y entre otros buscaba restaurar el marxismo reestableciendo la fe en la doctrina.

     La concepción bolchevique coloca como criterio central la fidelidad a los escritos sagrados de Marx, Engels, Lenin y Stalin (para los estalinistas) o Trotsky (para los trotskistas). Para sus críticos del momento, el bolchevismo sería responsable de la deformación del socialismo al abandonar el método del materialismo histórico al separar las condiciones subjetivas de las objetivas (Mandel, 1989: 384). Por su parte, la escisión entre los bolcheviques de Lenin, y los mencheviques de Georgi Plejanov y Julios Martov, aunque consumada de hecho en el congreso de 1903 fue en realidad oficialmente consagrada en 1912 (Hagnauer, Vol. 10 - No. 37: 24-25).

     La ecuación "estatalización-socialismo" no fue una invención del estalinismo, ya había sido sistematizada por la tendencia a favor del socialismo de Estado, por las corrientes fabiana y revisionista del reformismo socialdemócrata. Pero el comunismo no se concibió como una redistribución de la renta, a lo bolchevique, sino como un modo de producción dirigido colectivamente por los trabajadores, sin partido intermediario.

Tanto Plejanov, Kautsky, Bernstein y Engels vivieron el período del salto capitalista, pero fueron incapaces de atravesar por encima de dos épocas. No vieron en el capitalismo su fuerza social progresiva, que llevó a una gran socialización de la producción y con el tiempo condujo al mercado mundial. Pero allí no termina la cosa, porque los que fundaron la Tercera Internacional (1919), incluso Lenin, habían digerido las consideraciones mecánicas de Kautsky y Plejanov.

El marxismo ruso cobró cuerpo en medio de una intensa lucha ideológica contra el populismo y la doctrina anarquista. Plejanov y su Grupo Emancipación del Trabajo ganó adeptos tras la desilusión de los métodos narodnikis y entre los trabajadores y los intelectuales, que veían en el materialismo histórico un método de interpretación social contra el zarismo, pero no como un programa para la supresión de la sociedad de clases. Estos intelectuales, que asumieron la concepción de lo inevitable del capitalismo como una visión académica expurgada de su filo revolucionario, rechazaron la dialéctica a favor del neo-kantismo. Entre los más destacados “marxistas legales” figuraron Mijail Tugan-Baranovsky, Peter Struve, Serguéi Bulgakov y Nicolái Aleksandrovich Berdiayev. Tanto Struve como Bulgakov y Berdyaev, empezaron por rechazar las ideas filosóficas del marxismo.

    Este marxismo legal, llamado también economicismo, fue adoptado luego por el menchevismo, partiendo del esquema de que no existían las condiciones en Rusia para el socialismo, por lo que la lucha contra el absolutismo tendría que ser de tipo democrático-burgués, en el cual el partido obrero debía subordinarse a la burguesía progresista.

     Lenin se asoció con George Plejanov y su grupo para editar un periódico de la socialdemocracia rusa: Rabochie Dielo (la causa obrera). Plejanov arremetió contra Bernstein, a diferencia de la pasividad que mostraron marxistas como Kautsky. Pese a ello, Lenin consideraba a Kautsky su maestro y no perdía oportunidad de señalarlo. La lucha contra el economicismo se extendió a todos los círculos y poco a poco las posiciones de Plejanov, Lenin y Julios Martov, fueron ganando la mayoría. Lenin y Martov se opusieron a los que planteaban poner énfasis exclusivo en la lucha por las demandas económicas e insistieron en la lucha política contra el absolutismo.

     En marzo de 1898 se celebró el primer congreso del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso) al que se integró la organización socialdemócrata judía Bund. El Congreso buscaba unificar a los círculos socialdemócratas en un solo partido y dotarles de un centro dirigente, algo que obviamente no se materializó. Finalmente se constituyo Iskra (la chispa),  periódico en torno al cual se organizarían las fuerzas del marxismo ruso. El Comité estaría formado por Plejanov, Lenin, Pavel Axelrod, Vera Zasúlich, Martov y Protesov.

     Lenin, en su ¿Qué hacer?, afirmaba que la clase obrera dejada a sí misma sólo podría desarrollar una conciencia sindical, mientras que la conciencia socialista sólo puede ser introducida desde fuera a través del partido. El partido de las "masas" revolucionarias se convirtió necesariamente en un pequeño grupo, al no responder al llamado del asalto al poder. Pero Rosa Luxemburgo, al frente de la fracción llamada "esparta­quista", intentó infructuosamente de desmontar el reformismo socialdemó­crata y pese a que logró mantener intacta su adhesión a los principios de la praxis, sólo tuvo éxito en el campo teórico (Luxemburgo, Capítulo V, 1954).

Rosa Luxemburgo depositó su confianza en la lucha espontánea de una clase trabajadora libre. Para Marx y Luxemburgo, la función de la vanguardia revolucionaria consistía en impulsar a la masa mayoritaria para que se auto-capacitara y tomase el poder en su propio nombre y desarrollando sus propias batallas. El experimento de Rosa Luxemburgo concluyó con el aplastamien­to militar de la Segunda República de los Consejos en Baviera, en abril-mayo de 1919, a cargo de futuros dirigentes nazis como Heinrich Himmler, Rudolph Hess y Franz von Epp.

En 1902 se llevó a cabo el congreso constituyente del Partido Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR), auspiciado por Lenin, Martov, Plejanov, Vera Zasúlich y el joven Trotsky. Lenin propuso una organización que excluyese a los simpatizantes y que obligase al compromiso total de los militantes. La alternativa de Martov,  apoyada por Plejanov y Trotsky, que buscaba una mayor membresía, abogaba por la inclusión de los simpatizantes y un compromiso menor con el partido. Por su parte, Wilhelm Ernst Markus propuso una tercera moción que consideraba la militancia del partido para los marxistas. Así se produjo la escisión de los marxistas y el surgimiento del bolchevismo y la aureola de Markus como una de las figuras más complejas del marxismo europeo.

El ¿Qué hacer? de Lenin nada tenía que ver con las nociones de Marx y Engels. Su Materialismo y empiriocriticismo era toda una pieza de  materialismo mecánico. Ya a mediados de la Primera Guerra Mundial, Lenin abandonaba a Plejanov y se acercaba a Hegel, pero no dejó de “usar” su filosofía pragmática para legitimar sus credenciales radicales.

     Con los bolcheviques los hechos superaban las ideologías, desbaratando los esquemas críticos según los cuales la historia de Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques renegaban de Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, que los cánones del materialismo histórico no eran tan férreos como se pensó.

No obstante hay algo ineluctable incluso en estos acontecimientos y no es que los bolcheviques renieguen de algunas afirmaciones de El Capital, para Gramsci no eran marxistas, eso era todo; no desarrollaron a partir de las obras de Marx una doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. En resumen, el pensamiento marxista devendría en la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, que sitúa siempre como máximo factor de historia no los hechos económicos, en bruto, sino el hombre, la sociedad de los hombres, que desarrollan a través de estos contactos una voluntad social, colectiva (Ídem).

Para Gramsci Marx no podía prever la guerra europea y la duración y los efectos que ella tendría, sobre todo en la sufrida Rusia. Para Gramsci el análisis de Marx implicaba una lenta evolución ante la necesidad de los hombres de organizarse, primero exteriormente, en corporaciones, en ligas; después, íntimamente, en el pensamiento, en la voluntad; ante la necesidad de una incesante continuidad y multiplicidad de estímulos exteriores. Por eso los cánones de crítica histórica del marxismo captaban la realidad de manera inteligible, en la cual las dos clases del mundo capitalista creaban la historia a través de una larga lucha cada vez más intensa. Según Gramsci bajo el marxismo clásico el proletariado presionaba sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de existencia, en una lucha que obligaba a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a hacer más útil la producción para satisfacer sus necesidades más urgentes (Ídem).

Parafraseando a Gramsci, se trata de una apresurada carrera donde la masa se halla siempre en ebullición y el caos-pueblo se hace cada vez más consciente de su propia potencia y capacidad para asumir la responsabilidad social, para devenir árbitro de su propio destino. Pero este comportamiento automática se repite con un cierto ritmo, cuando la historia se desarrolla a través de momentos complejos pero, en definitiva, similares. Pero todo esto hizo crisis en Rusia, en la que la prédica socialista hace vivir en un instante, dramáticamente, la historia del proletariado, para emanciparse idealmente de los vínculos de servilismo que le hacían abyecto, para devenir conciencia nueva, testimonio actual de un mundo futuro.

¿Por qué debía esperar ese pueblo que en Rusia se forme una burguesía, que se suscite la lucha de clases para que nazca la conciencia de clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? Se interroga Gramsci y afirma que el pueblo ruso ha recorrido estas experiencias con el pensamiento, aunque se trate del pensamiento de una minoría, la de los bolcheviques. Y son los bolcheviques quienes han salvado, a nombre del proletariado, el abismo de alcanzar la madurez económica que según Marx es condición del colectivismo. “Los revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que habría empleado el capitalismo” (Ídem). Para Gramsci los bolcheviques son la expresión espontánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no cayera en el abismo que le esperaba con la revolución democrático-burguesa de febrero de 1917.

En una reciente publicación en Rusia se hizo público el testamento político de Georgi Plejanov (1857-1918), considerado el padre del marxismo en Rusia. Plejanov fue el fundador del partido socialdemócrata ruso y pertenecía a la alta nobleza. En el exilio colaboró en el periódico Iskra (La Chispa), órgano socialdemócrata a cargo de Lenin. En su congreso de 1903 en Londres, el marxismo ruso se dividió en dos facciones: la bolchevique (en ruso, la mayoritaria, bajo Plejanov y Lenin) y la menchevique (la minoritaria) encabezada por Martov y Axelrod.

El Testamento es un amplio escrito analítico, dictado en su lecho de muerte. Plejanov, seguidor "ortodoxo" de Marx y Engels, se proponía aplicar las ideas de sus maestros a la situación rusa, proyectando para su país una revolución socialista en cuanto hubiera avanzado en él un desarrollo capitalista moderno de tipo europeo. Se enfrentaba entonces al "revisionismo" de Bernstein, que liquidaba la idea misma de una revolución socialista y abandonaba así al marxismo y contra el radicalismo "jacobino" de Lenin.

En su testamento político Plejanov se concentrará, angustiado, en los actos de Lenin y la revolución bolchevique, que veía como una desgracia para todo el movimiento obrero, de lo cual se sentía co-responsable por ser el principal iniciador de la socialdemocracia marxista en Rusia (Strada, 11 enero 2000).

Plejanov se queja de haber subestimado la capacidad, el verdadero propósito y la fanática perseverancia de Lenin y lo caracteriza como un  personaje capaz cambiar de color como un camaleón, según la necesidad, pero conservando intacta su identidad esencial. En su análisis profetiza el destino de la revolución comunista, en la cual los obreros se transformarán, de asalariados del capitalista, en asalariados de un Estado feudal y los campesinos, a los cuales de uno u otro modo se les quitará la tierra y sobre los cuales se echará todo el peso del crecimiento industrial del país, se convertirán en siervos de la gleba (Ídem).

De acuerdo con Plejanov, Lenin lanzaría a la historia rusa por una senda falsa y sin salida y en cuanto a la revolución mundial, que según los bolcheviques deberían seguir a la rusa, Plejanov ve lúcidamente que el proletariado occidental se hallaba muy lejos de la revolución socialista casi tanto como en los tiempos de Marx. Asegura también que el camino del bolchevismo, breve o largo, se caracterizará inevitablemente por una falsificación de la historia, por crímenes, mentiras, demagogia y actos infames (Ídem).

Lenin y la espontaneidad

 

La interpretación de la idea de la auto-emancipación del proletariado, proviene de la dicotomía entre autonomía y heteronomia intrínseca en la filosofía alemana clásica a cuyo nivel de abstracción, las alternativas quedaban reducidas a dos: o los trabajadores desarrollan espontáneamente una conciencia de sí mismos como clase con vocación socialista (autonomía) o esta conciencia debe serles impuesta por otros (heteronomia). Esta dicotomía preside una serie de distinciones conceptuales: conciencia y espontaneidad, teoría y práctica, idealismo y materialismo, intelectuales y obreros, autoritarismo y democracia.

Pero la preocupación por lo concreto y lo complejo no es en sí misma una respuesta adecuada a la crítica, porque no llega a demostrar la coherencia de la explicación "concreta" de Lenin con la tesis marxista de la auto-emancipación del proletariado. La tesis de la conciencia desde fuera sólo puede entenderse como la expresión de una lógica subyacente del análisis político concreto que determinará las formas de actividad política y organizativa del movimiento obrero, adecuadas a las circunstancias existentes.

Los primeros en hacer una crítica a la concepción sobre la espontaneidad y la conciencia, avanzada en el folleto ¿Qué Hacer?, fueron Vladimir Akimov y Alexander Martinov, integrantes de la vertiente "economicista" y blancos del libro de Lenin. Según la filosofía autoritaria de Lenin, contrapuesta a la espontaneidad, si la lucha de la clase obrera no generaba una conciencia socialista, entonces la vanguardia revolucionaria intelectual tendría que subordinarla al proyecto revolucionario. Tras la escisión entre mencheviques y bolcheviques esta polémica se hizo más candente, al patentizarse que si Lenin alguna vez había subscripto las posiciones centrales del marxismo, ya había dejado de hacerlo al transformarse en el progenitor intelectual del totalitarismo soviético, con Stalin como su culminación lógica.

La teoría del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por la intelligentsia" (Lenin, 1961c, 375-376). En este contexto la distinción fundamental no es entre burgueses y obreros sino entre los teóricos individuales y las masas. Por eso la intención del ¿Qué Hacer? era fomentar el desarrollo de dirigentes socialistas obreros

A pesar de que en su descripción del movimiento obrero ruso Lenin presenta una dialéctica de resistencia espontánea que se identifica como una conciencia embrionaria, su tesis histórica de la conciencia desde fuera implica la falta de aptitud de los trabajadores para tener una conciencia socialista, su capacidad sólo para crear el sindicalismo y la necesidad de la sujeción de su movimiento a la tutela de la intelligentsia socialista (Lenin, 1961c, 375). Lenin criticó lo que consideraba la estrechez de miras del sindicalismo, argumentó que el  "economicismo" negaba la lucha política y sometía la falta de conciencia a la espontaneidad.  Para Lenin, el camino revolucionario del movimiento obrero puede no ser el camino socialdemócrata. (Lenin, 1961c, 437, 438n.)
 
La caracterización de la autoconciencia del proletariado como esencialmente universal no es nueva, proviene del joven Marx. Kautsky tradujo esta visión filosófica en términos sociológicos. Lenin en sus primeras discusiones sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia utilizó este esquema kautskiano dado que este análisis construye la dialéctica de la clase proletaria como una esencia cognitiva de la totalidad social. Pero, en términos teóricos y contrario a lo que consideraban Marx, Kautsky y Lenin la distinción entre teoría socialista y experiencia proletaria es puramente formal, pues si este no fuera el caso la idea de conciencia desde fuera no tendría ninguna importancia política.

La posición de Lenin contradice el criterio de que el espontaneísmo se debe a las condiciones de Rusia y a la inmadurez del movimiento obrero. Además, deniega la experiencia alemana del movimiento contra el espontaneísmo, encabezado por Lassalle. En su obra El Credo publicada en 1899, E.D. Kuskova distinguía en la historia proletaria una tendencia al menor esfuerzo, a la lucha económica, agravado en el caso de Rusia, con su atraso cultural y su intensa opresión política. Lenin rechazó las tesis de la Kuskova y su ¿Qué Hacer? fue una respuesta a El Credo.

Lenin rechazaba al liberalismo constitucional de Peter Struve y sus esfuerzos por convencer al zarismo de implementar reformas. El centro del teorema leninista consideraba que el antagonismo de clases no podía conciliarse pues ello implicaba la subordinación. Según la tesis de Lenin, para que la conciencia incluyese la noción del reconocimiento de lo irreconciliable de los intereses de clase del proletariado con el conjunto del moderno orden (burgués) social y político, se requería conformarla de manera teórica.


La revolución rusa

 

     Desde los albores de la historia humana ha resultado frecuente la práctica colonizadora, la de ejercer un control militar, comercial o político sobre otros territorios, por parte de Estados poderosos sin que en ello influyese el tipo jurídico de propiedad. La colonización, por tal motivo, no estuvo fuera de la práctica de los países comunistas. La aserción de imperialismo siempre ha descrito la expansión y supremacía económica, comercial o militar de un Estado o grupo de ellos sobre un conjunto. Lenin esquematizó la fórmula de imperialismo a un estadio específico de la concentración y centralización económica y jurídica del capitalismo y eludió la aplicación de tales términos a un Estado comunista.

     Tras el ascenso de los bolcheviques al poder en Rusia, en 1917, la utopía que siempre ha corroído al hombre por un mundo mejor, fue entonces la del comunismo. El experimento, se decía, estaba materializándose en la Rusia soviética, no sin grandes dificultades, que obligaba a esperar por los objetivos centrales de la utopía.

    Las revoluciones socialistas del siglo lejos de sustentar una continuación hacia el comunismo demolieron todas las estructuras y sistemas heredados del capitalismo, construyendo penosamente un modelo patrocinado por los soviéticos. Esta violenta ruptura entronizó una profunda desestabilización entre las estructuras y los humanos. A tenor con ello se diseñó el patrón mediante el cual los que estaban a favor de la ruptura resultaban revolucionarios y los que no se clasificaban como reformistas.

     El fracaso de la teoría de León Trotsky y Lenin de la revolución permanente en las zonas industrializados de Europa, única opción teórica para la construcción del comunismo en la atrasada Rusia zarista, provocó una crisis en todo el pensamiento marxista clásico, concebido para triunfar sólo cuando las fuerzas productivas de una nación hubiesen agotado sus posibilidades de crecimiento dentro del marco de las llamadas relaciones sociales burguesas.

     Lenin y Trotsky se afanaron en la vana esperanza de que el ejemplo de la revolución rusa se desencadenase, en un futuro próximo, en Europa, único factor que podría legitim­ar el mantenimiento del poder por los bolcheviques en un país sin las requeridas condiciones objetivas del modelo "marxiano" (Trotsky, 1964: 248-251).

     No existe motivo alguno para presentar sólo a Lenin como el continuador privilegiado del marxismo. Por ejemplo, la cuestión del partido y de la dictadura del proletariado recibió varias “actualizaciones” por un grupo de marxistas de su época: Bernstein, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Korsch, Pannekoek, Lukács, el “joven Gramsci”, el “joven Trotsky”, Bujarin. Para Gramsci no bastaba la noción del “partido de vanguardia” en lugar del proletariado, sino que era necesaria un cambio cultural, nuevos valores para conquistar la hegemonía e implantar el socialismo.

. La organización social pre-fabricada por Lenin, el partido de vanguardia, tiene su justificación en la “ideología de vanguardia”, según la cual la conciencia de clase no surge espontáneamente del proletariado sino de los intelectuales burgueses reunidos en un partido. La ideología de “la vanguardia” es una ideología de la burocracia, ya sea sindical o partidaria y que tiene como base la concepción positivista, que en su momento fue criticada por Rosa Luxemburgo, por el Trotsky menchevique y por Anton Pannekoek.

La revolución rusa de 1917 califica como la única fomentada por la clase obrera. Sin embargo, al muy poco tiempo, una burocracia parasitaria encabezada por Stalin se alzó con el poder de los obreros, implantando un régimen de terror policiaco-militar, que eliminó todas las conquistas, excepto la economía planificada. Las revoluciones posteriores a la rusa ya no tomaron el modelo de Lenin y Trotsky, sino el de Stalin. En el caso de la Europa del Este, existió un doble proceso, cuando las masas se levantaron contra la ocupación nazi para luego quedar ocupados por el ejército soviético en su arrollador avance militar contra la Alemania. Las revoluciones china, vietnamita y cubana, al igual que en los países de Europa del Este, no fueron revoluciones socialistas dirigidas por la clase obrera.

En China se desarrolló una guerra campesina contra la ocupación japonesa y la propia clase burguesa china. Salvando las distancias, un proceso similar tuvo lugar en Vietnam. Pero ni Mao Zedong o Fidel Castro buscaban conscientemente implantar el socialismo en un primer momento. Atrapados en la concepción estalinista de la revolución por etapas entendían que el proceso revolucionario no podía superar la fase democrático-burguesa. En ningún caso hubo una revolución socialista dirigida conscientemente por un partido obrero. Y a pesar de las pretensiones de Castro y de Mao, el resultado obtenido fueron Estados deformados burocráticamente, copiados del modelo estalinista.

El estalinismo, o lo que devino el bolchevismo, no sólo era un sistema de control social draconiano consumado por un dictador implacable, o como ha sugerido Milán Kundera, la imposición de un despotismo oriental sobre una civilización occidental.

Las revisiones que afanosamente buscarían Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia en la década de los sesenta, en la glasnost gorbacheviana y en las reformas chinas de Den Xiaoping, ya habían sido bosquejadas por los primeros herejes de tal doctrina: Bebel, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Preobrazhensky.

Ya al borde de ser fusilado por el delito de presentar una alternativa al estalinismo, Nicolás Bujarin, el brillante benjamín de los bolcheviques, había concluido que el marxismo en la práctica era un fracaso. A una consideración parecida arribaba León Trotsky en su exilio de México.

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