En defensa del neoliberalismo

 


 LA PARTICIÓN PALESTINA

 

 

 

 Juan F. Benemelis

     Para Occidente, el Oriente es todo ese vasto espacio que se halla tras la línea imaginaria que corre de Grecia a Turquía, con lugares exóticos poblados de masas indiferentes con su mentalidad, cultura, política y características raciales típicas. Un sinnúmero de conquistadores se hicieron de Palestina, e incontables diásporas esclavizaron y dispersaron las tribus hebreas. Los faraones fueron los primeros y los ingleses los últimos. La autonomía del Estado judío en la historia solo duró 60 años, y dejó de existir con la revuelta de Masada a manos de los romanos.

     Palestina fue clausurada para los judíos luego del nacimiento del Islam, y en 1516 la región era incluida como provincia del Imperio Otomano. Dentro de los confines de la Europa cristiana occidental los judíos fueron perseguidos hasta que Inglaterra le abrió las puertas con la Revolución Gloriosa del siglo XVII. Hacia el Este su suerte sería más fácil por la escasez de artesanos calificados y de literatos, protegiéndose en barrios urbanos, los “ghettos” judíos. Tuvieron que pasar cincuenta generaciones para que la obsesión de regresar a la tierra que Dios concedió a “su pueblo” dejara de ser un mito romántico.

     El Renacimiento, la Reforma protestante (terriblemente anti-semita en sus comienzos), y la Revolución Industrial abrieron las puertas de las universidades, de la política y  del comercio a los judíos. Las fronteras nacionales comenzaron a cambiar y la cultura europea se embarcó en una brutal transformación. Pero en Rusia y Polonia, donde las ideas democráticas occidentales nunca echaron raíces, aquella comunidad cerrada que había permitido a los judíos sobrevivir en toda la Edad Media se transformó en una trampa. Ante el terror antisemita que destruía la judería europea los que añoraban el retorno a la “Tierra Prometida“ (Theodor Herlz, Maurice de Hirsch) inventaron el Sionismo; y los que buscaban asimilarse a la sociedad europea (Mosse Hess, Karl Marx) idearon el Comunismo.

     Herlz y Hirsch con su Asociación de Colonización Judía negociaban la emigración hacia Argentina o Brasil, y regateaban un territorio en África. Herlz en su The Jewish State rechazaba la asimilación a favor del hogar nacional, obviando a los pobladores de Palestina. Sin una migración masiva el Estado judío permanecería como un sueño romántico, por eso los británicos forcejeaban con el proyecto de asentamiento judío en Jerusalén, rechazado, claro está, por los sultanes turcos.

     Antes de la Primera Guerra Mundial, Palestina era una provincia dentro del Imperio Otomano, y al concluir esa guerra cayó en la esfera de influencia británica. Los árabes reclamaban a Palestina, prometida por los británicos, pero Londres se atenía al acuerdo con Francia y Rusia de internacionalizar ese territorio. Leal a su vieja tradición de divide y vencerás, los británicos prometían Palestina a los árabes a través de T. E. Lawrence y a los judíos a través de la “declaración Balfour”, sembrando la semilla del actual conflicto árabe-israelí.

     Si la identidad judía se hunde en la Antigüedad, la de los palestinos nace con la postguerra. Los árabes abrazan la noción de un derecho histórico absoluto e inalterable, sin cambios de ocupantes territoriales, y donde no cuentan los desplomes de imperios. En Occidente, este derecho es revocable y se puede perder en la historia, como sucedió con los romanos, con Bizancio, con el imperio Turco y como ha sucedido precisamente a los árabes de Palestina. Esto significa que los árabes no conceden legitimidad a una nueva creación estatal sobre territorio de otro, como Israel, mientras Occidente rechaza la intemporalidad y legitima un hecho consumado actual.

     La reacción árabe al Sionismo nunca fue ni ha sido del todo monolítica. El poderoso clan de Hussein, cuyo patriarca encabezaba el Consejo Supremo Musulmán en Jerusalén estaba opuesto a la inmigración de los judíos, pero el prominente clan de los Nashasibis favorecía tal inmigración, promulgaba una política de compromiso e incluso la partición de Palestina entre judíos y árabes.

     Del territorio que comprendía Palestina los británicos crearon dos entidades en 1921. Una de ellas, al este del río Jordán, se llamó Transjordania, o más simplemente Jordania, y fue cedida al jefe beduino Abdullah Ibn Hussein. La otra comprenderá la franja del Jordán al Mediterráneo, donde los árabes palestinos y los judíos forcejeaban por el control bajo el Mandato Británico. Entre 1922 y 1947 la crisis en Palestina no fue primordialmente una lucha entre árabes nativos y colonos judíos, sino entre estos últimos y las autoridades británicas.

     Dos personalidades judías de vertientes opuestas, el comunista León Trotsky y el sionista Vladimir Jabotinsky, pronosticaron en toda su dimensión las consecuencias terribles que para los judíos y para la comunidad internacional traería el ascenso al poder del partido Nazi en Alemania. Los árabes contaban con la victoria alemana para independizarse de Francia e Inglaterra, y clausurar la emigración judía a Palestina Los palestinos rebeldes como Al-Husseini, Gran Muftí de Jerusalén, escaparon a la Alemania de Hitler donde recibieron apoyo para su plan contra los judíos de Palestina, incluyendo facilidades radiales desde Berlín.

     El XXII Congreso Sionista, que sesionó en Basel en diciembre de 1942 se vio obligado a decidir que el estado de Israel (Eretz Israel) tendría que establecerse en medio de un compromiso territorial al precio de una partición. Los sionistas pensaban que la manera de establecer un estado judío era, por un lado forzar a que los británicos levantaran las restricciones migratorias hacia Palestina, y por el otro fortalecer las fuerzas paramilitares judías de auto-defensa, como la Haganah, el Irgún y la Banda Stern. La estrategia de la Haganah descansaba en esperar por que se materializara la promesa británica de ceder a Palestina. Por su parte, la “Banda Stern” fundada por Abraham Stern, era el grupo más violento del arcoiris sionista.

    El Irgún era una mezcla de judíos orientales ortodoxos, principalmente polacos, básicamente anti-marxistas e imbuidos de un feroz fervor mesiánico. Menajen Begin, ex prisionero de Stalin, se transformó en el líder natural de esta letal organización clandestina. Los judíos se hallaban contra la pared no sólo en la Europa ocupada por los Nazi que amenazaba con extinguir toda la población judía, sino también en Palestina en medio de un antagónico océano de árabes que de atacar en masa podrían también aniquilarlos. Para Begin era imposible lograr un estado sin una guardia pretoriana judía en medio de un territorio hostil y en contra de los deseos de las autoridades coloniales británicas.

     Los sionistas nunca debatieron qué hacer con la población árabe que vivía en los confines de Palestina. El Consejo Judío consideraba con candidez que los árabes se integrarían en el estado judío. Esta indecisión era un elemento importante utilizado por Gran Bretaña para justificar el Mandato y mantener una cuota baja de inmigrantes, restricción que a los ojos del mundo se tornó cruel a medida que tras la caída alemana se conocía el horror de la “solución final”. Los árabes, por su parte, forjaban su estrategia en la cual se formaría un estado palestino árabe con algunas comunidades judías, pero excluyendo a los refugiados de los campos de concentración europeos.

     Los políticos británicos subestimaron a los líderes sionistas, y a medida que aumentaban la presión, el Irgún de Begin respondía escalando los actos terroristas. Los ingleses respondieron ahorcando a los militantes del Irgún, y éstos a su vez ahorcaron a soldados ingleses. Los ingleses instalaron a los refugiados judíos en desmantelados campos de concentración en Alemania. El mundo se horrorizó ante la insensibilidad moral británica y un indignado presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman influyó para que el premier británico Attlee no cediera a las presiones árabes y evacuara el territorio.

     La ONU entonces, anunció un plan de partición de Palestina. En los debates la URSS apoyó el plan de partición y la creación del estado de Israel. Stalin fue el segundo jefe de estado (después de Truman) en reconocer al estado de Israel. En su discurso el delegado soviético Andrei Gromiko apuntó que esta decisión satisfacía las demandas legítimas de la nación judía, donde cientos de miles de judíos carecían de un hogar nacional. El 15 de mayo de 1948 Ben-Gurión declaró la existencia del estado de Israel, y la ONU nominó al aristócrata sueco Folke Bernadotte para mediar en la partición Palestina. Por vez primera se revertía el milenario destino judío de convivir en la Diáspora.

     El impacto que tuvo en la conciencia mundial la virtual destrucción de la judería europea en los crematorios alemanes cedió finalmente Palestina a los supervivientes del Holocausto. Así, el legado de Hitler lejos de ser la eliminación de los judíos, irónicamente resultó en la formación del estado judío. Pero los ingleses dejarían un embrión de estado a su suerte, rodeado de enemigos árabes en la convicción de que se produciría una guerra que arrasaría con las pobres fuerzas combatientes judías y con la ilusión de una patria en Palestina. Así, los ingleses crearon ex profeso el dilema árabe-judío en Palestina.

     Londres se fue lavándose las manos. El 29 de noviembre de 1947 la ONU aprobó la partición de la Palestina occidental en dos estados: uno par los judíos que comprendía el desierto del Negev, la costa Tel-Aviv a Haifa y parte de Galilea, y otra para los árabes palestinos que consistirá en la Orilla occidental del Jordán (la Cisjordania), el distrito de Gaza, Jaffa y los sectores árabes de Galilea. Jerusalén, solicitada por judíos y musulmanes por ser para ambos “ciudad sagrada” supuestamente se transformaría en un enclave internacional bajo fideicomiso de la ONU.

     Los estados árabes no intentaron reasentar a los palestinos, prefiriendo mantenerlos en campos de refugiado como un recordatorio público para el resto del mundo de la injusticia en la creación del estado de Israel. Después de 1948 los exilados palestinos y los que permanecían dentro de Israel adoptaron una política de acomodo a la situación. Los que se quedaron adentro aceptaron la política del estado israelí. En la década cincuenta los derechos palestinos sólo eran enarbolados por Egipto y un puñado de árabes en exilio.

     Fue el presidente Nasser quien el 12 de abril de 1955 fraguó la causa Palestina, al reunir en El Cairo a los líderes árabes de Gaza, con vistas a organizar, entrenar, armar y financiar a los fedayines palestinos y cohesionarlos en una estructura militar que les permitiera luchar por un “hogar palestino” batalla en la cual asumirían la vanguardia. Al-Fatah fue fundada por palestinos de las universidades de El Cairo y Alejandría y encabezada por un personaje anónimo llamado Yasser Arafat que predicaba el retorno a Palestina por medio de la violencia.

     El jefe de la inteligencia egipcia en Jordania, el coronel Salah Mustafa, asumió el entrenamiento de 700 fedayines que pasaron su bautizo de fuego en agosto de 1955 (Steven, 1980, 106). Mustafá que era amigo íntimo de Nasser y no ocultaba su admiración por los nazis, fue volado en pedazos en Jerusalén por una bomba escondida en las memorias del mariscal Gerd von Rundsted: The Commander and the Man, que había recibido por el correo (Steven, 1980, 111).

      Fue por esa época que tuvo lugar la fundación de Al-Fatah donde participó Yasser Arafat. Arafat provenía de una familia de larga tradición de lucha anti-sionista; su padre y hermano habían combatido contra las comunidades judías en Palestina. Su clan tribal, el Hussein había abrazado el credo nazi apoyando al Gran Muftí de Jerusalen. En la década cincuenta Arafat recibió entrenamiento en la Academia Militar de Egipto y devino en un experto en explosivos.

     En 1956 varios grupos pequeños atacaron algunos puestos militares en Gaza. Por órdenes de Nasser los comandos fedayines participaron en la guerra de Suez en 1957 donde fueron masacrados por los blindados israelíes. Para fines de la década existía un semillero de pequeñas organizaciones en el exilio dedicadas a la lucha contra Israel. La “entidad Palestina” como se llamó devino en una realidad en 1959, cuando comenzó ser reconocida por los miembros de la Liga Árabe. En 1963, bajo el patronazgo del presidente Nasser, los principales grupos palestinos fueron forzados a establecer una alianza formal entre ellos e integrarse a una organización sombrilla, la OLP, que sería el brazo armado palestino. En teoría, por lo menos, estos grupos estaban representados en el Comité Central de la OLP, y sus alianzas se mantendrían o debilitarían según la marcha de la situación política y militar de la lucha.

     Los intelectuales palestinos de Beirut rechazaron a la OLP desde el primer momento, por considerarla una extensión de los egipcios. Estos intelectuales palestinos –estilo George Habash- abogaban por una revolución marxista moderna que les ubicara a la vanguardia de las naciones árabes.

     La OLP fue aceptada por la Liga Árabe en 1964, como una institución sombrilla que agrupara y “encauzara” la beligerancia de las organizaciones de refugiados. Los principales grupos dentro de la OLP serían Al-Fatah, la más importante; la organización Saiqa, engendrada por Siria; el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) que llamaba por una revolución árabe para recuperar Palestina y estaba diametralmente opuesta a cualquier arreglo con Israel, Estados Unidos o la “reacción árabe”; el Frente Democrático Popular de Liberación de Palestina (PDFLP), uno de los contrarios más acérrimos de Arafat, se fundó en 1969, nuclearia las tendencias marxistas y sería la primera en proponer el establecimiento de una autoridad nacional Palestina en cualquier parte del territorio evacuado por Israel.

     Arafat, conocido como “el viejo” desplegaría una filosofía centrista dentro de la gama política Palestina y doctrinalmente expresaría su rechazo a todo lo que pudiese legitimar la presencia del estado de Israel en Palestina, desde la Declaración Balfour, el plan de partición de 1947, hasta Camp David. Los soviéticos, los cubanos, los sirios e iraquíes desempeñaron un papel importante en el desarrollo de la OLP como la organización terrorista con más recursos financieros, mejor entrenada, equipada con armamento  moderno y múltiples bases y santuarios. Pero en tiempos de crisis eran los servicios secretos egipcios los aliados más firmes de la OLP; luego desarrolló lazos con Arabia Saudita y la Libia de Khadafi. La OLP recibió más recursos militares y financieros que las otras organizaciones palestinas rivales.

     No fue hasta 1965 que se inició la fase moderna de los choques entre Israel y los palestinos cuando Al-Fath de Yasser Arafat propinó un golpe de mano dentro de Israel. En ese año, el mandatario sirio Amín Al-Hafez y sus servicios secretos concibieron el proyecto de unir varias facciones de activistas refugiados palestinos bajo una coordinada organización terrorista y brindarles entrenamiento secreto en sus bases militares, copiando la experiencia de los fedayines argelinos para “expulsar a los judíos como los argelinos expulsaron a los colonialistas franceses del África norte” (Eisenberg, 1978, 120). Hasta 1967 Al-Fatah lanzaba acciones armadas contra el territorio israelí desde Jordania, aunque a veces desde el Líbano.

     La Guerra de los Seis Días tuvo efectos devastadores en la militancia palestina, mucha de la cual abandonó la lucha convencida de que era imposible derrotar militarmente a Israel. El error israelita fue no haber negociado con los árabes, con arbitraje internacional, una paz regional para devolver los territorios ocupados, inmediatamente después de su victoria relámpago de 1967. La agenda “Palestina” se hubiese desinflado, y las comunidades árabes en Gaza y Cisjordania se hubiesen asimilado pacíficamente a Egipto y Jordania, y la de los refugiados palestinos en otros estados árabes hubiesen asimilado la nacionalidad de residencia.

     Hasta 1967 el tema central en el área era el diferendo entre los estados árabe e Israel, y el tema palestino sólo era secundario. Cada estado árabe buscaba asegurarse una voz súbdita entre los palestinos para beneficiarse de la legitimidad poderosa que ante los ojos de las masas árabes de sus respectivos países otorgaba el estar vinculados a la lucha Palestina. Sin embargo, con la conquista de Gaza y Cisjordania en la Guerra de los Seis Días de junio de 1967, ya no era posible obviar en lo adelante el dilema palestino, al producirse una existencia bi-nacional entre judíos y árabes.

   Tras el impacto de la Guerra de 1967 los egipcios prácticamente abandonaron a los palestinos, y éstos trascendieron las pugnas inter-árabes, adoptaron una reconsideración de su relación con el programa nasserista y baasista de expulsión de los judíos y unificación de todo el territorio palestino, en favor de la variante de dos estados (uno judío y otro palestino secular y democrático), y con una mayor militancia hacia la OLP y al Partido Comunista.

     El terrorismo tuvo su empujón inicial en un puñado de organizaciones palestinas. Uno de los primeros en distinguir que la violencia islámica era la ola del futuro fue el cabecilla militar de la OLP, Khalil al-Wazir, el temible Abú-Jihad. La zona se enturbió aún más con el uso del petróleo como arma política, con la impronta errática del mandatario libio Gadafi, y el desplome del Líbano como nación. Así, la emergencia del movimiento palestino de la OLP tras la Guerra de los Seis Días fue promovida por el deseo de compensar el funesto desempeño de los ejércitos árabes contra Israel. Con tal auto-descubrimiento, las tensiones entre las organizaciones palestinas y los estados árabes se incrementarían desde entonces.

     La OLP post-Shukairy ha sido dominada por Yasser Arafat, quien inicialmente fue visto como un instrumento del mandatario egipcio Gamal Abdel Nasser. Pero bajo Arafat la política palestina lograría trasladarse de la periferia (el control de los países árabes) hacia el centro del consenso internacional. El balance de Arafat como líder palestino no sería del todo halagüeño. Es cierto que supo maniobrar en medio de la sangrienta pugna intestina del movimiento; que pudo alzarse vencedor en la contienda para ser el solo representante de los refugiados y de los árabes residentes en Israel; que, si bien maltrecho, sobrevivió a sus choques con los regímenes árabes, y ha sabido moverse en las grietas de la alianza Estados Unidos-Europa. Después de la guerra de los Seis Días en 1967, nefasta para los árabes, Arafat inició su lucha por lograr una autonomía política de los mismos, aunque las inflexiones de su política han estado marcadas por quienes en cada momento son sus fuentes de financiamiento, que no se han circunscrito a los países profesantes del Islam sunnita.

     La organización Al-Fatah en particular era la más vociferante en su posición de no-compromiso con Israel, rechazando la resolución de la ONU de noviembre del 1967. La OLP declaró la guerra a Estados Unidos por su apoyo a Israel, un país que desde su punto de vista no debería existir. Al-Fatah urgía al resto de los palestinos a presionar con la violencia y en último extremo acabar con Israel a través de operaciones clandestinas desde Jordania y Líbano. Los soviéticos vieron en las guerrillas un medio para acercarse al resto del mundo árabe y como instrumentos que podían servir a muchos de sus propósitos. Arafat, junto a George Habash y los más altos dirigentes palestinos asistieron a principios de 1968 a Moscú donde los soviéticos ofrecieron recursos y la experiencia de la KGB para iniciar nuevos campos de entrenamiento terrorista en Jordania (Steven, 1980, 289).

     Pero a la vez una vinculación demasiado pública con Al-Fatah implicaba comprometer sus actuales ganancias con aquellos estados árabes a los que estaba armando. Los soviéticos practicaron una política ambivalente entre Arafat y los estados árabes. En los meses posteriores a la Guerra de los Seis Días, la URSS mostró su apoyo a los comandos guerrilleros, sobre todo en las acciones dentro de los territorios ocupados. A medida que Al-Fatah fue creciendo en prestigio al tornarse sus operaciones más audaces, y recibir sustancial apoyo financiero de los árabes moderados del Golfo y Arabia Saudita, los soviéticos comenzaron a ponerle distancia expresando “simpatías por su resistencia” pero dudas con respecto a sus métodos para desbancar a Israel (McLane, 1973, 10).

     La violencia y el terrorismo palestino contra Israel adquirieron notoriedad a finales de los sesenta y principios de los setenta. La OLP comienza a recibir armamentos del ex bloque soviético y apoyo financiero de la región, transformándose en un enemigo peligroso para Israel. Varios grupos proclamaron su “independencia” de Arafat asumiendo la responsabilidad de los ataques terroristas, pero los servicios secretos de Occidente sabían que se trataba de una estratagema para eximir a la OLP del repudio internacional.

     La auto-determinación de Palestina fue aprobada por la ONU en 1969 y la OLP recibiría el reconocimiento de dos tercios de los estados del planeta, como el representante legítimo del pueblo palestino, pese a que Israel y Estados Unidos no lo han admitido oficialmente. La realidad política y no académica es que mientras los judíos europeos o norteamericanos adquieren automáticamente la ciudadanía israelí el mismo mecanismo les niega ese derecho a los refugiados naturales de Palestina.

     En marzo de 1968 la OLP obtiene su bautizo de fuego al ejecutar una acción independiente cuando sostiene un prolongado encuentro con fuerzas regulares israelíes en Karamé, dentro de Israel. Poco tiempo después los fedayines de la OLP habían conformado prácticamente cuasi estados dentro de Jordania y el Líbano, con los cuales colisionarían.

     El 22 de julio de 1968 el grupo del FPLP dirigido por Ahmed Jibril secuestró el vuelo Roma-Tel Aviv de la compañía israelita El-Al. El 26 de diciembre de ese año, la FPLP atacó nuevamente un avión de la El-Al en plena pista de vuelo en Atenas. En febrero de 1969 le tocaría el turno a otra nave israelí en Zurich. En agosto, el comando palestino “Che Guevara” secuestró el vuelo de la TWA con destino a Lydda, desviándolo a Siria. El 29 de ese mes, una bomba de tiempo estalló en las oficinas de la ZIM en Londres; el 8 de septiembre explotaron simultáneamente bombas en las embajadas israelí de la Haya y Bonn; en noviembre 27 una granada detonó en medio de una multitud congregada en las oficinas atenienses de la El-Al.

     Por toda Europa los terroristas de la OLP se desplazaron para atacar cualquier individuo, entidad o instalación que representara a Israel. El número de secuestros de aviones en esos años pasó del centenar. La OLP negoció con algunos países europeos (Grecia e Italia) una cierta neutralidad operacional bajo el compromiso de prohibir a sus comandos que operasen contra ellos, aunque de manera clandestina los utilizaron de madrigueras.

     Por detrás de bambalinas la diplomacia soviética ejercía tremendas presiones sobre los gobiernos árabes para que controlasen y disciplinaran a las guerrillas de Arafat. En diciembre de 1969 en la conferencia de los jefes de estado árabes en Rabat, Arafat bloqueó la propuesta soviético-egipcia de una política árabe unificada hacia el problema Palestino. La visita de Arafat a Moscú en febrero de 1970 pasó sin penas ni glorias, al ser atendido por funcionario de segunda categoría.

          En 1970 Egipto aceptó el plan propuesto por el secretario de Estado norteamericano William Rogers de un cese al fuego por tres meses. Arafat acusó a Nasser por haber “capitulado” ante el plan Rogers, apartando definitivamente a la OLP de la protección egipcia, perdiendo sus espacios de radiodifusión en Radio Cairo.

     Asimismo, la confrontación ante la manipulación política de los estados árabes “hermanos” adquiere perfiles dramáticos cuando Arafat asume la necia decisión de retar en Jordania el poder del rey Hussein,  y los comandos palestinos de Habash volar tres aviones secuestrados que habían aterrizado en Jordania, en una fiesta de carnicería. Esto fue demasiado para el rey Hussein cuyos altos oficiales beduinos le imploraron les permitiese expulsar a los palestinos.

     La forma violenta con que Nasser reaccionó a la OLP llevó a que el rey Hussein de Jordania ordenara a su Legión Árabe que atacase los campamentos de refugiados y guerrilleros palestinos, donde perecieron miles de palestinos, en una lucha que duró dos semanas, que estuvo a punto de liquidar a la OLP y que fue conocida como Septiembre Negro. Los sirios, decididos a ir en ayuda de los palestinos, fueron parados en seco por Israel bajo la amenaza de intervención. El 15 de septiembre la Legión Árabe arrasó los campos palestinos en una masacre que produjo miles de muertos.

     Esta guerra civil en Jordania significó el inicio del fin del poder de los fedayines palestinos en el mundo árabe. La URSS mantuvo una estricta neutralidad en este encuentro, reservando sus epítetos más duros para Israel. Los soviéticos esperaban suplantar a Estados Unidos como árbitro de las negociaciones de paz en el área, y para ello creían contar con Sadat.

     Mientras Mohammed Boudia, primero e Ilitch Ramírez o Carlos “el Chacal” después, eran las cabezas en Europa de las operaciones de la FPLP, el refinado poeta y novelista palestino Ghassan Kanafani figuraba como su cerebro planificador en los atentados terroristas, hasta que el 18 de julio de 1972 al encender su automóvil una bomba israelí lo desintegró (Steven, 1980, 319).

     Septiembre Negro encabezado por Mohammed Yussuf El-Najjar, segundo a bordo de Arafat, era simplemente una estructura pantalla de Al-Fath que recibía entrenamiento y asesoría de la KGB, que para tal designio habilitó un poderoso centro de inteligencia en Chipre. Septiembre Negro instaló sus cuarteles de invierno en Suecia y Noruega aprovechando el deslumbramiento de sus intelectuales y editores hacia el Tiers Monde, la “nueva izquierda”, y la inefable ingenuidad y largueza financiera de sus gobernantes para con los refugiados palestinos. Era el criterio de Al-Fatah de que Israel podía ser derrotado si los palestinos desataban una inmisericorde e intensa guerra terrorista. Como venganza contra el rey Hussein, Septiembre Negro ultimó al primer ministro jordano, Wash-Fal cuando salía del hotel Sheraton en El Cairo. Tienen lugar las infiltraciones armadas de Abul Abbas en Israel, y otras aventuras tenebrosas de las que pueden citarse dos de las más estúpidas como el asesinato de Leon Klinghoffer cometido por Abul Abbas en el Achille Lauro en 1985, y el asalto a las playas de Tel Aviv en 1990.

     Esta estrategia de terror palestino acarreó una conducta punitiva de contra-ataque no menos violenta, el terrorismo de estado por parte de Israel. Después de la infame matanza de 11 atletas israelíes por pistoleros palestinos en los juegos olímpicos de Munich, Golda Meir delineó la estrategia de combatir el terror con el terror. El líder del grupo palestino que llevó a cabo la acción en Munich, Alí Hassan Salameh. El 9 de abril de 1973 Israel montó un desembarco comando en Beirut aniquilando casi toda la dirigencia de Septiembre Negro y de Al-Fatah. En los valiosos documentos incautados se demostraba la estrecha vinculación de la KGB en todo el entramado terrorista y los planes palestinos para liquidar a los mandatarios árabes “moderados”. Israel le pasó la información a tales gobiernos que tomaron medidas contra Arafat (Steven, 1980, 331).

     Tanto en Jordania, Líbano y en otros sitios, la OLP utilizó la práctica de establecer sus mandos, cuarteles y depósitos de armas en edificios vecinos a escuelas u hospitales. Los choques sangrientos entre las facciones palestinas en Damasco, Beirut y Bagdad pasaban inadvertidos para los medios de prensa. Los palestinos Abú Nidal en Irak y Wadí Hadad en Yemen del Sur, asesinos natos, montarían atentados contra los hombres de la OLP destacados en Europa tratando de abrirse paso a bombazos hacia la lideratura de la OLP.

   A raíz de los acuerdos del Sinaí en 1974 y 1975, la estrategia de Kissinger descansaba en obligar a que cada país árabe afectado negociase con Israel de forma bilateral, evitando el pan-arabismo (Said, 1992, p. 170). De manera simultánea, en la comunidad internacional se hizo espacio la idea de que correspondía a los palestinos negociar el proceso de paz con Israel, en vez de Egipto representando a los palestinos y Estados Unidos a Israel. En 1974 alrededor de un centenar de naciones en la ONU aceptó a la OLP como el representante legítimo del pueblo palestino, abriéndole en teoría todas las puertas.

     La política de los palestinos hasta 1967 se había movido paralela a las corrientes del universo islámico donde Arafat también presidió las graves desgracias palestinas. Nada quiso hacer para negociar la recuperación de los territorios perdidos en la Guerra de 1967 en la Orilla Occidental, Gaza y el Jerusalén oriental. Tras emerger como el primer movimiento político árabe, su dirigencia llegó a la conclusión en 1974 de que la Palestina árabe jamás podía ser recreada, pero que un tipo de arreglo era posible con Israel. La lucha terrorista contra Israel, que no aportó una solución a la causa Palestina dejó a la OLP prácticamente descabezada al desaparecer –salvo Arafat- gran parte de su dirigencia histórica: Ghassan Kanafani, Gamal Nasser, Kamal Adwan, Yusef Najar, Abul Walid, Abu Jihad, Abu Iyad, Abul Hol.

     Por vez primera en el Consejo Nacional Palestino de 1974 reunido en Rabat, la cumbre árabe aceptó a la OLP como representante del pueblo palestino, y Arafat habló de aceptar un estado palestino en Gaza y Cisjordania. Arafat fue acusado de inmediato de capitular ante el sionismo. Luego de las conferencias del Consejo Nacional Palestino en 1977, la mayoría encabezada por la OLP confirmó su posición a favor del estado palestino en los Territorios Ocupados, ante la feroz oposición de la minoría militante que argumentaba por la completa liberación del territorio, incluido Jaffa, Haifa y Galilea. Lo que inclinó la balanza a favor de Arafat fue la incorporación de la línea centrista de los palestinos de Gaza y Cisjordania quienes para lograr la paz se tranzaban por un mini-estado con fronteras comunes, intercambio regular y comprensión mutua.

     Los palestinos han proyectado un nacionalismo árabe que no siempre les ha permitido preservar sus padrinos del mundo islámico. Todas las organizaciones palestinas sin excepción han resultado un dolor de cabeza, entre otras razones por el maridaje de la lucha Palestina con los numerosos movimientos opositores tanto en la región del Golfo como en el Creciente Fértil y en el África norte, desde los marxistas egipcios, los nasseristas, los grupos militantes islámicos hasta la miríada de grandes y pequeños partidos, políticos indeseables, y corrientes políticas herejes. Con un presupuesto abultado proveniente de las donaciones de palestinos residentes en los estados árabes ricos, así como la contribución de Arabia Saudita, Kuwait y otros países petroleros, se cubrirían los servicios, la logística, el entrenamiento y los armamentos, así como la atención a casi un millón de palestinos, la OLP se aburguesó y transformó en una burocracia desde donde se manejarían las organizaciones de estudiantes, de mujeres y sindicatos, sistema de escuelas, atención social y a veteranos, salud y abastecimientos.

     En julio de 1977 el jefe del Mossad general Hacka Hofi alertó al presidente Menahem Begin de que el mandatario libio Muammar Al-Khadafi había infiltrado un comando palestino para asesinar al presidente egipcio. Los conspiradores palestinos no sólo fueron arrestados en El Cairo posibilitando el viaje histórico a Tel Aviv de Sadat, sino que éste quedó tan impresionado que determinó dar un paso más allá, y concertó con los israelíes una alianza que perturbaría a enemigos y aliados, pero que sin la cual Sadat no podía asumir su política de reconocimiento de Israel. Entre los acuerdos secretos de Camp David se estipuló la cooperación de los dos servicios secretos más poderosos del área: el Mossad israelí y la Dirección General de Inteligencia egipcia (conocedor de todos los secretos de la OLP), factor que en realidad fue lo que alteró el balance de poder regional y selló de un golpe la suerte de la resistencia armada Palestina (Steven, 1980, xxii).

     Fue precisamente este pacto de inteligencia lo que desmanteló a la OLP como una organización terrorista efectiva, marcando una catástrofe más formidable que el Septiembre Negro jordano de 1970 o el desastre libanés de la década ochenta. El grueso de la dirigencia política y militar de la OLP eran criaturas de los servicios secretos egipcios, los cuales tenían infiltrada esa organización mucho más que los israelitas. Por eso, en los medios de inteligencia y del sub-mundo clandestino internacional se conoció que Arafat había condenado a muerte a Sadat (Steven, 1980, xxiv).

EL CONFLICTO PALESTINO ISRAELI

      A principios de la década 1970 Israel no era el centro de atención de Estados Unidos, a pesar de que los niveles de ayuda eran relativamente elevados. La pugna Egipto-Israel, la Guerra Fría, América Latina y Vietnam aún ocupaban las prioridades más elevadas. Pero esta presencia selectiva del rol de los Estados Unidos en el mundo árabe se metamorfoseó en lo que sería sin discusión la presencia institucional más voluminosa y aplastante de un poder exterior en la historia moderna del Medio Oriente.

     La década de 1970 vio emerger a Arabia Saudita como una fuerza política cardinal en el área, al estar en capacidad de dictar los precios del petróleo, amenazando simplemente con abrir al mercado sus colosales reservas. Su entonces monarca Feisal Abdel-Aziz comprendió la necesidad de estabilizar el diferendo árabe-israelí para evadir cualquier peligro de que el radicalismo ideológico que estaba generando la lucha Palestina repercutiese negativamente en la legitimidad de su monarquía. Feisal decidió advertir a los Estados Unidos, por medio del monopolio petrolero norteamericano ARAMCO -que explotaba el hidrocarburo de la península Árabe-, que su total alineamiento con Israel y menosprecio a los intereses árabes era una estrategia ciega que impedía concretar una solución negociada al diferendo.

     Tras la guerra del Yon-Kippur, Arabia Saudita, Kuwait e Irak (el 50% de las reservas petroleras conocidas), convencieron al resto de los países árabes de imponer un embargo petrolero a Estados Unidos y Holanda por parcializarse con Israel. El embargo se mantendría hasta que éste no se retirase del Sinaí, Gaza, Golán y Cisjordania, en cumplimiento de la Resolución 242 de la ONU. Por su parte, Francia e Inglaterra no fueron incluidas en el embargo por haber adoptado una posición neutral en el conflicto (Darwish, 1991, p. 49).

     Sería después del embargo petrolero árabe, que Estados Unidos prestaría oídos a sus grandes empresas petroleras envueltas en el Medio Oriente (Darwish, 1991, p. 50). Pero ya era tarde; con la nueva facultad árabe para esgrimir su petróleo como arma de presión política, las compañías petroleras occidentales ya se habían distanciado de sus gobiernos para no ser utilizadas como instrumentos directos de política exterior.

     Ya antes de su muerte Nasser había hecho la contorsión de una tradicional intransigencia al acomodo con Estados Unidos y al reconocimiento de Israel. Como iniciador de esta estrategia realista (erróneamente atribuida a Anwar el-Sadat), Nasser, con su prestigio y sagacidad hubiese logrado arrastrar consigo a los países árabes moderados, evitando el aislamiento que un anodino como Sadat trajo a Egipto, y sorteando el fracaso de la reconciliación árabe-israelí. El efecto que esta mutación política tuvo sobre los palestinos, en especial la OLP que se opuso airadamente a cualquier tipo de arreglo, desembocó en las crisis contra la monarquía de Jordania en 1970-1971 y la del Líbano en 1975-1976, con un enorme costo en vidas humanas.

    Durante 1971 y 1972 Dayán trataba de razonar enfáticamente con la cúpula política de que Egipto estaba dando pasos para una ofensiva militar en el Sinaí. A principios de 1973 era claro para muchos países europeos y los Estados Unidos que los egipcios y sirios se preparaban para la guerra; ambos habían acumulado un enorme arsenal de tanques, aviones y cohetes soviéticos, quienes con premura ponían a punto las baterías anti-aéreas en Egipto. Pese a todo ello, y a las diversas alertas que recibía Israel, su dirigencia aún no estaba persuadida de las intenciones guerreras árabes, y pensaba que eran maniobras a gran escala, convencida de que la lección de 1967 fue definitiva y que los árabes no se hallaban a la altura de una guerra electrónica.

     El 3 de octubre tuvo lugar una larga reunión en Jerusalén de los ministros, los principales mandos militares, la inteligencia militar con la premier Golda Meir; Yitzhak Hofi, jefe de los ejércitos norte expresó su ansiedad a los presentes, sobre todo a la luz de que Siria había reforzado su saliente delantero más allá de los límites de una defensa. Sin embargo Golda Meir mantuvo su optimismo. Al día siguiente, dos días antes de la invasión, la CIA alertó al Mossad de que los árabes iban a lanzar un ataque en todos los frentes (Eisenberg, 1978, 251). Al día siguiente los soviéticos lanzaban al espacio un satélite espía, el Cosmos-596, que entró en una órbita que sobrevolaba a Israel (Steven, 1980, 365).

     Varias veces superados en número, completamente cogidos de sorpresa, el ejército de Israel tuvo que enfrentar en el Golán a un feroz asalto sirio, donde cada tanque israelí tenía que enfrentarse prácticamente contra escuadrones blindados sirios. De no llegar a tiempo el refuerzo o no poderse contener la acometida, todo el norte del país quedaría a merced del enemigo. Durante 48 horas prácticamente lo que se interponía entre el ejército sirio y la destrucción de Israel era la habilidad táctica del general Hofi quien desarrolló una brillante campaña defensiva, hasta que con refuerzos suficientes lanzó una contraofensiva que aniquiló las mejores unidades sirias en lo que se ha considerado la batalla de tanques más grande después de la del arco de Kursk.

     Mientras, en el Sinaí, el ejército egipcio después de cruzar impunemente el Canal de Suez se hizo de la línea Bar-Lev, esa maravilla de fortificación electrónica, y se atrincheraban en preparación de un asalto frontal en los pasillos del Sinaí y luego al corazón del país. La fuerza aérea israelí estaba paralizada prácticamente pues no podía proteger sus propias tropas so pena de verse expuesta a la barrera de cohetes soviéticos en el lado egipcio. Las reservas no estaban movilizadas, los tanques se hallaban en sus parqueos, la línea Bar-Lev estaba custodiaba por novicios. El ejército regular se hallaba de pase para las festividades religiosas del Yon-Kippur.

     Durante 36 horas Israel estuvo en el filo de la derrota, que para el país significaría la primera y última, con un nuevo holocausto. Demostrando su preparación y la habilidad de sus mandos en esas terribles horas, un cuarto de sus fuerzas armadas logró contener a los dos ejércitos árabes hasta que finalmente pudo desplazar al campo de batalla todas sus unidades y ganar una victoria increíble.

     Estados Unidos estableció un puente aéreo directo al Sinaí proveyendo cantidades ingentes de armamento moderno a Israel. Cuando se desmoronaron las defensas egipcias, la URSS hizo claro que intervendrían directamente si no se detenía la ofensiva israelí. Kissinger presionó a Golda Meir a que aceptara el cese al fuego. Yon-Kippur fue una victoria para Israel en términos militares puros, pero psicológicamente fue un golpe terrible, sobre todo al demostrar un fallo en sus servicios de análisis de inteligencia.

      Moscú sabía que Egipto y Siria se habían salvado de una derrota total a última hora, no por el armamento soviético sino por la presión norteamericana sobre Israel para que detuviese su ofensiva. De haber continuado la misma, Siria hubiera colapsado, se hubiera dividido en sus tres partes componentes y desaparecido como nación, Egipto tras haber perdido todo su ejército nunca hubiera recuperado el Sinaí, la OLP se hubiera evaporado como organización, y Tel-Aviv hubiera reorganizado geográfica y políticamente al Medio Oriente a su conveniencia.

       Para compensar el rearme israelí, Estados Unidos comenzó a proveer de armamentos sofisticados a ciertos países árabes. El acceso a la tecnología norteamericana posibilitó a que Israel creara una fuerza aérea moderna capaz de llegar a todos los estados de la Liga Árabe. Esta ecuación escaló la carrera armamentista en el Medio Oriente, llevando a que Siria, Libia e Irak se moviesen más hacia la URSS.

      La guerra coadyuvó a fortalecer la idea de un acomodo político, pese a que el "plan Rogers" y la "misión Jarring" habían fracasado en los dos años anteriores. En 1971 durante la misión de la ONU al Medio Oriente encabezada por Gunnar Jarring, el presidente Sadat prometió el reconocimiento y la normalización de las relaciones, a cambio de que se retornase el Sinaí. Lo que el presidente Sadat, y menos claramente los sirios y jordanos, ofrecieron en 1971 fue lo que el mismo Sadat formuló en 1973, y nuevamente lo que propuso en Jerusalén en 1977: paz con Israel y un estado palestino a partir del desmantelamiento de Gaza y Cisjordania.

     El presidente norteamericano Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger “el Maquiavelo moderno” como es conocido en el Medio Oriente, generaron la idea de asegurar el control y la estabilidad del área y el flujo petrolero al Occidente implementando la estrategia de “los dos pilares”: la casa real Saudita, y el Shah de Irán, garantizadores de la seguridad del golfo y la península árabes. Al negociar Kissinger el fin de la guerra del Yon-Kippur, logró de Israel el compromiso de desmantelar militarmente en 1975 el Sinaí. Esto forjó las bases para que luego se concretasen los acuerdos de Camp David. Pero, la diplomacia de Kissinger no estuvo diseñada para implementar una solución final y comprensible al diferendo árabe-palestino-israelí, sino que buscaba reducir la tensión del Medio Oriente. La ambigüedad de esta política y el apoyo irrestricto a las anticuadas y opresivas estructuras estatales medievales tuvieron consecuencias desastrosas, entre otras el desplazamiento de Egipto como el poder regional por excelencia.

     A pesar de que a partir de mediados de la década setenta hasta fecha reciente tuvieron lugar numerosos contactos extra oficiales entre la OLP y Estados Unidos, los mismos se estancaban debido a la negativa Palestina de aceptar la Resolución 242 de la ONU y abandonar el terrorismo, y al hecho de que para Washington el dilema palestino era secundario comparado con sus intereses en el resto del mundo árabe. Por vez primera los palestinos eran tratados por las cancillerías de las grandes potencias como una entidad independiente del colectivo árabe.

     Dos sucesivas administraciones norteamericanas, las de Gerard Ford y Jimmy Carter, realizaron esfuerzos concretos para solventar los problemas políticas del Medio Oriente. El presidente Carter acogió la solución pan-arabista para solucionar el conflicto árabe-israelí propuesto por Siria. En 1977 Estados Unidos coordinó la conferencia de paz en Ginebra y la presencia en ella de los palestinos, señalando el fin de la “era Kissinger”. Pero Israel avizoró que un acuerdo político negociado en la ONU, entre el resto de los países árabes, Palestina y las dos grandes potencias, debilitaría su posición negociadora.

     En octubre de 1977 la URSS y Estados Unidos firmaron un acuerdo conjunto donde se comprometían a resolver el conflicto árabe-israelí. Leonid Brezhnev consideraba que con ello había asegurado el reconocimiento norteamericano para involucrarse en el proceso de paz del Medio Oriente. Al igual que Israel, Sadat estaba a favor de los acuerdos separados entre cada parte con Israel, y se opuso públicamente al comunicado soviético-norteamericano de 1977 sobre Palestina.

     Para sorpresa del mundo entero, en noviembre de 1977 Sadat viajó a Jerusalén cambiando toda la ecuación. Era, además, la época que la oposición israelita, entre ellos Simón Peres comenzó a hablar por vez primera de los derechos palestinos. Estados Unidos, con el favor de los sauditas, se ajustó a la nueva situación reordenando sus prioridades para dar espacio a un acuerdo de paz por separado entre El Cairo y Tel-Aviv y abandonando la vía de la solución Palestina a través de la ONU. A partir de ahí, el presidente Sadat y el premier israelí Menahen Begin  (que había sido el jefe de la organización clandestina Irgun) se reunieron en Camp David bajo los auspicios del presidente Carter, acordándose un plan de autonomía como el primer paso irreversible hacia un proceso final de autodeterminación Palestina.

     Pese al tratado de paz de Camp David de 1979, el meollo del problema, el conflicto palestino-israelí, permaneció insoluble. Después de ACNP David un número de iniciativas privadas produjo entrevistas confidenciales entre la administración del presidente Cárter y la OLP en Beirut. Para 1979, la OLP mostraba signos de que estaba en condiciones de aceptar la Resolución 242. Para 1980 la Comunidad Económica Europea declaraba su apoyo a la auto-determinación Palestina, presentando una seria divergencia entre la política norteamericana y europea con respecto al conflicto del Medio Oriente.

     Lo que se había iniciado tras la debacle militar árabe de 1967 y 1973, culminó con los acuerdos de ACNP David y la caída el Shah de Irán, dando cuenta de las ideologías nacionalistas del nasserismo, el baasismo y el panarabismo, y promoviendo el fundamentalismo islámico. Pese a que el Mossad alertó a la CIA con meses de anticipación del peligro que enfrentaba el régimen del Shah Rezah Pahlevi, los servicios de inteligencia occidentales fallaron en detectar la crisis que derrocó la monarquía iraní en 1979 (Steven, 1980, xxvii). Ello significó uno de los golpes más devastadores a la política exterior norteamericana de posguerra, al destruir el balance de fuerzas en la región, y quedar los países del Golfo, aliados a los norteamericanos, vulnerables a las fuerzas del fundamentalismo islámico.

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     Entre 1977 y 1979 los iraquíes orquestaron una campaña de descrédito contra Egipto y su acuerdo de paz con Israel, mientras la OLP se sumía en una sangrienta guerra intestina como la de Al-Fatah y los grupos pro-iraquíes en 1978. En 1978, Said Hammami el representante de la OLP en Londres, quien proponía negociar directamente con los israelíes fue asesinado por un miembro del círculo de Abú Nidal, agente a la vez de los servicios secretos iraquíes (Darwish, 1991, p. 221). El tratado de paz provocó que los países árabes petroleros cancelaran sus contratos de trabajo a millones de egipcios, los cuales remitían una cantidad en exceso a $30,000 millones de dólares anuales, el ingreso más importante del país (Darwish, 1991, p. 60). Por su parte el gobierno ultra-conservador del premier Begin desataba una ofensiva contra los campamentos de la OLP en el Líbano, y rehusaba aplicar la autonomía a Gaza y Cisjordania, desacreditando aún más a Egipto en todo el Medio Oriente.

     En 1979, el régimen del Ayatollah Khomeini entró en una articulación amplia con la OLP que entronizó el apoyo estatal de la vituperada rama islámica “no-árabe” del shiísmo iraní, lo que trajo el repudio de los emiratos del Golfo, Arabia Saudita, Jordania y Egipto. Con Egipto e Irak siempre predominaron las altas y bajas, en especial tras la alianza de la OLP con el régimen de Saddam Hussein en 1991.

     Pese a las negociaciones de paz y a la posición pública “moderada” de Arafat, la OLP en secreto seguía apoyando el terrorismo para no perder el apoyo de la calle árabe. Moscú sabía que muchos de los grupos palestinos terroristas “disidentes” de la OLP en secreto se hallaban de acuerdo con Arafat. La KGB tenía información de muchas de las acciones terroristas se habían montado con la ayuda de los cuadros de la OLP en Siria, Libia. Un informe escrito en 1981 sobre una misión de entrenamiento en la URSS relaciona a 194 oficiales de varias facciones palestinas dirigidas por el comandante de la OLP Rashad Ahmed (Gordievsky, 1990, p. 546-547).

     Con el ascenso al poder en Grecia del partido Pan-Helénico Socialista del primer ministro Andreas Papandreu en 1981, visceralmente hostil a Israel y los Estados Unidos, la OLP obtuvo una base de operaciones importante en Europa. El jefe de la inteligencia de Papandreu, Kostas Tsimas y el viceministro del interior Sifis Valyarakis eran ex terroristas que habían sido entrenados en los campos militares de Arafat del sur del Líbano, y sostenían íntimas relaciones con los iraquíes. Tsimas utilizó su influencia con Papandreu y su poder para proteger y promover la violencia de la OLP (Emerson, 1991, 136). Allí se movió con libertad la flor y nata del terrorismo palestino: Abu Abbas, Abu Nidal, Abu Ibrahim, Abdullah Labí, Mohammed Rashid, Mohammed Budia, Ahmed Jibril, etcétera.

     Para la época en que Ronald Reagan es elegido presidente de Estados Unidos, en 1980, la situación era diferente. El estatus del área estaba congelado y Egipto e Israel habían arribado a un entendimiento mutuo, y en 1981 la URSS concedía a la OLP reconocimiento diplomático. Para 1982 la KGB se hallaba contrariada por los reportes de inteligencia que señalaban entrevistas secretas entre altas figuras de la OLP y funcionarios norteamericanos. Moscú sospechaba que Arafat cedía a las presiones occidentales para excluir a la URSS de los acuerdos del Medio Oriente. En 1983, el jefe del departamento del Medio Oriente de la cancillería soviética, Oleg Grinevsky en una reunión en Londres expresó a los diplomáticos que ya Moscú no confiaba en Arafat, y que los planes a largo plazo eran que elementos marxistas y progresistas del círculo dirigente de la OLP le reemplazaran (Gordievsky, 1990, p. 548).

     Pero a fines de la guerra con Irán, Saddam comenzó a maniobrar con la OLP, interesado en presentar una cara favorable al Occidente. La OLP se hallaba en extremo debilitada producto de sus encuentros militares con Siria al norte del Líbano en 1984, y se había llegado a la conclusión definitiva que no existía la posibilidad de una victoria militar contra Israel. Asimismo, hubo un re-alineamiento con Egipto después de Camp David y la aceptación de las propuestas elaboradas por el secretario de estado norteamericano James Baker, el famoso “plan Baker”. Para fines de 1988 Egipto lograba persuadir a la OLP para que denunciase el terrorismo y acatase la solución de dos estados en Palestina (uno judío y otro árabe) establecidos por la ONU en 1947. En una reunión en Argelia en ese año, el Consejo Nacional Palestino se pronunció a favor de la auto-determinación con un gobierno secular en una parte de la Palestina. Otro cambio importante fue la aceptación de las resoluciones 242 y 338 de la ONU que anteriormente habían sido rechazadas. Al aceptar la OLP la existencia del estado de Israel, ello implicó una gran concesión a sus anteriores posiciones en procura de “toda la Palestina expulsando a los judíos, o nada”.

     En el otoño de 1988, los iraquíes figuraban entre los estados árabes que respaldaban la nueva posición moderada de Arafat de denuncia al terrorismo y aceptación al diálogo con Estados Unidos. En septiembre, Jordania renunciaba a su responsabilidad administrativa sobre el territorio de la Cisjordania ocupado por Israel, para que allí se estableciese un estado palestino. El hecho de la tenacidad Palestina por reconstruir una identidad en el exilio, y el que su lucha por la auto-determinación deviniera tan conocida internacionalmente, tal presupuesto comenzó a ser manejado en el discurso norteamericano.

     De diciembre de 1988 a mediados de 1990 se desarrollaron en Túnez diálogos entre diplomáticos norteamericanos y representantes de la OLP con vistas a poner en práctica un proceso de paz en la región. Mientras Israel se hallaba sumida en la crisis interna de la intifada, que entraba en su tercer año, y su premier Yitzak Shamir aún persistía en su ideología bíblica como para atender las sugerencias de un diálogo con los palestinos, Saddam Hussein se erigía en el campeón de los palestinos. Arafat se hallaba frustrado por la falta de apoyo de los emiratos del Golfo y el estancamiento de la operación de paz egipcia. Para el campo radical, encabezado por Saddam Hussein, el gobierno de El Cairo no era confiable por estar demasiado identificado con Occidente y, para colmo, sostenía relaciones con Israel. Mubarak fue acusado por todas las tendencias palestinas de haber implicado a Arafat en una estrategia de “moderación” que, a fin de cuentas, nada había producido.

     En mayo de 1990, Arafat y Saddam convocaron una cumbre árabe en Bagdad para analizar el asentamiento de judíos soviéticos en Cisjordania y las formas de frenarlo ante el fracaso de Estados Unidos para impedir tal política israelí. Pero en octubre de 1991, Estados Unidos logró sentar en la mesa e negociación a Israel y a los palestinos, además de Jordania, Siria y Egipto. Esta negociación resultó en una lucha de facciones palestinas donde la moderada, encabezada por Hanna Ashrawi que había logrado llevar a realidad la conferencia involucrando a Estados Unidos y al soviético Mijail Gorbachov, relegada en la conferencia.

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     Los campesinos palestinos abandonaron la tierra para entrar en el mercado laboral israelí en los años 1970 y 1980, librándose de la tradición de las viejas familias y los notables, lo que generó la intifada  como una protesta interna al control de Israel, en lo que puede calificarse como una revolución de alucinaciones. A finales de la década 1980, con la intifada Israel vió teñida su imagen y la admiración universal de una nación en pos de la paz, que había transformado una “tierra árida y vacía” en una sociedad moderna. La vulnerabilidad de la OLP, de ser una organización extra-territorial, el de encarnar una nación Palestina en exilio, ausente del territorio original se hizo patente durante la intifada, y luego con Hamas, y la Jihad islámica que parapetada en Gaza, con sus ataques terroristas dramáticos abrazaría el martirologio de los iraníes shiítas. Todos estos movimientos surgieron sin conexión alguna con la OLP y los palestinos del exterior.

     Hamas, un ramal de la Hermandad Musulmana, se organizó a raíz de la Intifada; sus escuadras terroristas, activas en Gaza y Cisjordania, están financiadas por Irán. Hamas presenta al “sionismo” como la personificación de Satán, y enarbola como prueba irrefutable a los Protocolos de los Sabios de Sión, el texto fabricado por la Ojrana, la policía secreta del Zar. Mientras la OLP aspira a establecer una Palestina secular, Hamas acaricia la idea de un estado teocrático estilo Talibán, y ofrece como recompensa a los mártires de sus misiones suicidas un Paraíso de palacios de oro, comidas exquisitas, bellas jóvenes y apuestos mancebos. Hamas mezcla los motivos religiosos con el nacionalismo al propugnar el suicidio por la “causa”, y el deber religioso de liberar la patria árabe; pero el Corán no reconoce ni suicidio ni patria.

     En el otoño de 1990 Arafat se vió apremiado a lanzar su brazo armado, Al-Fatah, contra Hamas, producto de su decisión de participar en la conferencia de Madrid con Israel.

     Después de que Siria expulsó a la OLP del Líbano, el liderazgo de Arafat comenzó a resquebrajarse, así como el maximalismo de su política ante Israel, agravándose al abanderarse con Saddam Hussein en la Guerra del Golfo. Durante esta guerra la propaganda de la OLP en Gaza y Cisjordania, y en los campos de refugiados en el Líbano, presentaba a Saddam Hussein como el héroe árabe que desafiaba militarmente a los “cruzados” Estados Unidos e Israel. Arafat sirvió también como emisario internacional del régimen de Saddam Hussein. A raíz del embargo internacional contra Irak aplicado por la ONU, Arafat se envolvió en extensas negociaciones confidenciales con Irán buscando que Teherán permitiese el tránsito clandestino del petróleo iraquí por su territorio (Darwish, 1991, p. 301).

     Esta alineación irresponsable precipita resultados desastrosos en todos los frentes de la OLP, deshaciendo lo avanzado en las negociaciones de paz, y costándole la suspensión del sustancial diezmo que prodigaban los emiratos del Golfo y Arabia Saudita, permitiendo que la balanza se inclinase a favor de los militantes islámicos en los territorios ocupados. Así, los palestinos de los Territorios Ocupados afrontaron dificultades económicas y financieras debido a la precaria situación de los palestinos residentes en el Golfo, que anteriormente enviaban sus mesadas a las familias. Este antagonismo de la OLP con Egipto, Arabia Saudita, Kuwait, y por supuesto con Siria, se mantiene hasta hoy día.

     En septiembre de 1993, en pleno aislamiento, Arafat decidió acudir a Oslo, Noruega, bajo la órbita de la Pax Americana, para resumir largas negociaciones que se habían llevado a cabo de forma secreta por delegaciones de la OLP y de Israel. Allí se suscribió un acuerdo de paz entre Arafat y el premier israelí Itzhak Rabín, a nombre de sus respectivos pueblos, comprometiéndose el palestino con poner fin al terrorismo, abandonando así la diplomacia pan-árabe, y entrando en la política doméstica israelí. De un golpe Arafat perdió su ascendiente con el militantismo islámico, pues los acuerdos de paz fueron atacados tanto por los sectores fundamentalistas judíos como palestinos. Los fundamentalistas palestinos, nucleados alrededor de Hamas, declararon a tales acuerdos como el símbolo del fin de la Palestina islámica, resultados de un complot de los Estados Unidos e Israel, y aceptado conscientemente por la OLP de Arafat, al cual le declararon la guerra. De manera coincidente, los fundamentalistas de Tel-Aviv, organizados en la facción mesiánica de Gush Emunim enarbolaron el mismo argumento, de que tales acuerdos significaban la “liquidación” de la nación.

     Hamas desafió el liderazgo histórico de la OLP como “representante legítimo del pueblo palestino”, calificando a sus dirigentes de tragones de puerco y borrachos. Hamas se lanzó a una campaña de violencia contra la OLP, mutilando y achicharrando palestinos por “colaborar” con las negociaciones. En ese año de 1993, el sudanés Hassan Turabi logra un alto en esta guerra civil Palestina, convenciendo a Hamas para que uniese fuerzas con la OLP. Un año después, los choques entre Hamas y la OLP se propagan en Gaza. En septiembre de 1995 Tel-Aviv se retira de las ciudades de la Cisjordania, y Arafat puede aplacar por el momento a los extremistas.

     La retirada de Arafat de Camp David en el 2000, no logró que recuperase la calle, que ya estaba en manos de Hamas y la Jihad Islámica. Entonces no le quedó más remedio que mancomunarse con ambos, ofreciéndoles incluso integrar un gobierno palestino de “unidad nacional”. Su brazo armado (Al-Fatah) y Hamas se fundieron en un ejército clandestino, las Fuerzas Islámicas Nacionales. Al lanzar su segunda Intifada, Arafat rechazó las negociadas concesiones obtenidas por Washington de Tel-Aviv, y retornó a su familiar historia de maximalismo; su todo o nada responde a su inhabilidad de saber lo que puede o no obtenerse en un mundo de naciones, y su desconocimiento de la verdadera escala del poder en el planeta.

     Nadie ha logrado explicar –ni los propios palestinos, los árabes, o los israelíes- cómo desde los horrores de Septiembre Negro hasta la actual ofensiva israelí en Gaza y Cisjordania, la OLP ha podido sobrevivir a desastres tan terribles. Y ahora, mientras el dilema de Palestina se ha internacionalizado y el de Israel se ha regionalizado, la geopolítica le impone doblegar la facción terrorista de Hamas en Gaza y Cisjordania.

     Toda la arquitectura del poder global ha cambiado. Ya la condición no es cuál país es políticamente correcto, sino cuál es económicamente correcto, pues en vez de superpoderes militares hoy predominan los supermercados y los mercados de valores. Ya no son los gobiernos sino los mercados los que proveen la financiación de la paz. Las sociedades necesitan engarzarse a la economía global y atraer inversiones globales con vistas a sobrevivir económicamente. El mercado global premia la buena gestión económica y vapulea o desecha las malas administraciones –como Argentina- con más rapidez que nunca.

    Hoy se asiste al fenómeno global de países consolidándose económicamente en bloques cada vez más grandes mientras se fragmentan políticamente en entidades más pequeñas. Mientras hay países emergentes de la Guerra Fría que intentan construir computadoras, hay otros que renuevan sus feudos étnicos y tribales. Mientras en Japón, Taiwán, Singapur, Corea del Sur, en Maastricht, en Bruselas, el futuro entierra el pasado, en Sarajevo, en Ruanda, en Nagorno-Karabaj, en Chechenia, en Georgia, en Cachemira, en Sierra Leona, en Cuba, en Hebrón y Gaza el pasado parece estar enterrando al futuro. En el Oriente Medio el pasado ha enterrado al futuro y, posiblemente, siempre sucederá así.

Juan Benemeles es un destacado intelectual cubano autor de numerosos libros, entre ellos “Las Guerras Secretas de Fidel Castro” y “Transición: Teorías y Modelos”.