Juan F.
Benemelis
Para Occidente, el
Oriente es todo ese vasto espacio que se halla tras la línea
imaginaria que corre de Grecia a Turquía, con lugares exóticos
poblados de masas indiferentes con su mentalidad, cultura, política y
características raciales típicas. Un sinnúmero de conquistadores se
hicieron de Palestina, e incontables diásporas esclavizaron y
dispersaron las tribus hebreas. Los faraones fueron los primeros y los
ingleses los últimos. La autonomía del Estado judío en la historia
solo duró 60 años, y dejó de existir con la revuelta de Masada a manos
de los romanos.
Palestina fue
clausurada para los judíos luego del nacimiento del Islam, y en 1516
la región era incluida como provincia del Imperio Otomano. Dentro de
los confines de la Europa cristiana occidental los judíos fueron
perseguidos hasta que Inglaterra le abrió las puertas con la
Revolución Gloriosa del siglo XVII. Hacia el Este su suerte sería más
fácil por la escasez de artesanos calificados y de literatos,
protegiéndose en barrios urbanos, los “ghettos” judíos. Tuvieron que
pasar cincuenta generaciones para que la obsesión de regresar a la
tierra que Dios concedió a “su pueblo” dejara de ser un mito
romántico.
El Renacimiento, la
Reforma protestante (terriblemente anti-semita en sus comienzos), y la
Revolución Industrial abrieron las puertas de las universidades, de la
política y del comercio a los judíos. Las fronteras nacionales
comenzaron a cambiar y la cultura europea se embarcó en una brutal
transformación. Pero en Rusia y Polonia, donde las ideas democráticas
occidentales nunca echaron raíces, aquella comunidad cerrada que había
permitido a los judíos sobrevivir en toda la Edad Media se transformó
en una trampa. Ante el terror antisemita que destruía la judería
europea los que añoraban el retorno a la “Tierra Prometida“ (Theodor
Herlz, Maurice de Hirsch) inventaron el Sionismo; y los que buscaban
asimilarse a la sociedad europea (Mosse Hess, Karl Marx) idearon el
Comunismo.
Herlz y Hirsch con su
Asociación de Colonización Judía negociaban la emigración hacia
Argentina o Brasil, y regateaban un territorio en África. Herlz en su
The Jewish State rechazaba la asimilación a favor del hogar nacional,
obviando a los pobladores de Palestina. Sin una migración masiva el
Estado judío permanecería como un sueño romántico, por eso los
británicos forcejeaban con el proyecto de asentamiento judío en
Jerusalén, rechazado, claro está, por los sultanes turcos.
Antes de la Primera
Guerra Mundial, Palestina era una provincia dentro del Imperio
Otomano, y al concluir esa guerra cayó en la esfera de influencia
británica. Los árabes reclamaban a Palestina, prometida por los
británicos, pero Londres se atenía al acuerdo con Francia y Rusia de
internacionalizar ese territorio. Leal a su vieja tradición de divide
y vencerás, los británicos prometían Palestina a los árabes a través
de T. E. Lawrence y a los judíos a través de la “declaración Balfour”,
sembrando la semilla del actual conflicto árabe-israelí.
Si la identidad judía
se hunde en la Antigüedad, la de los palestinos nace con la postguerra.
Los árabes abrazan la noción de un derecho histórico absoluto e
inalterable, sin cambios de ocupantes territoriales, y donde no
cuentan los desplomes de imperios. En Occidente, este derecho es
revocable y se puede perder en la historia, como sucedió con los
romanos, con Bizancio, con el imperio Turco y como ha sucedido
precisamente a los árabes de Palestina. Esto significa que los árabes
no conceden legitimidad a una nueva creación estatal sobre territorio
de otro, como Israel, mientras Occidente rechaza la intemporalidad y
legitima un hecho consumado actual.
La reacción árabe al
Sionismo nunca fue ni ha sido del todo monolítica. El poderoso clan de
Hussein, cuyo patriarca encabezaba el Consejo Supremo Musulmán en
Jerusalén estaba opuesto a la inmigración de los judíos, pero el
prominente clan de los Nashasibis favorecía tal inmigración,
promulgaba una política de compromiso e incluso la partición de
Palestina entre judíos y árabes.
Del territorio que
comprendía Palestina los británicos crearon dos entidades en 1921. Una
de ellas, al este del río Jordán, se llamó Transjordania, o más
simplemente Jordania, y fue cedida al jefe beduino Abdullah Ibn
Hussein. La otra comprenderá la franja del Jordán al Mediterráneo,
donde los árabes palestinos y los judíos forcejeaban por el control
bajo el Mandato Británico. Entre 1922 y 1947 la crisis en Palestina no
fue primordialmente una lucha entre árabes nativos y colonos judíos,
sino entre estos últimos y las autoridades británicas.
Dos personalidades
judías de vertientes opuestas, el comunista León Trotsky y el sionista
Vladimir Jabotinsky, pronosticaron en toda su dimensión las
consecuencias terribles que para los judíos y para la comunidad
internacional traería el ascenso al poder del partido Nazi en
Alemania. Los árabes contaban con la victoria alemana para
independizarse de Francia e Inglaterra, y clausurar la emigración
judía a Palestina Los palestinos rebeldes como Al-Husseini, Gran Muftí
de Jerusalén, escaparon a la Alemania de Hitler donde recibieron apoyo
para su plan contra los judíos de Palestina, incluyendo facilidades
radiales desde Berlín.
El XXII Congreso
Sionista, que sesionó en Basel en diciembre de 1942 se vio obligado a
decidir que el estado de Israel (Eretz Israel) tendría que
establecerse en medio de un compromiso territorial al precio de una
partición. Los sionistas pensaban que la manera de establecer un
estado judío era, por un lado forzar a que los británicos levantaran
las restricciones migratorias hacia Palestina, y por el otro
fortalecer las fuerzas paramilitares judías de auto-defensa, como la
Haganah, el Irgún y la Banda Stern. La estrategia de la Haganah
descansaba en esperar por que se materializara la promesa británica de
ceder a Palestina. Por su parte, la “Banda Stern” fundada por Abraham
Stern, era el grupo más violento del arcoiris sionista.
El Irgún era una mezcla
de judíos orientales ortodoxos, principalmente polacos, básicamente
anti-marxistas e imbuidos de un feroz fervor mesiánico. Menajen Begin,
ex prisionero de Stalin, se transformó en el líder natural de esta
letal organización clandestina. Los judíos se hallaban contra la pared
no sólo en la Europa ocupada por los Nazi que amenazaba con extinguir
toda la población judía, sino también en Palestina en medio de un
antagónico océano de árabes que de atacar en masa podrían también
aniquilarlos. Para Begin era imposible lograr un estado sin una
guardia pretoriana judía en medio de un territorio hostil y en contra
de los deseos de las autoridades coloniales británicas.
Los sionistas nunca
debatieron qué hacer con la población árabe que vivía en los confines
de Palestina. El Consejo Judío consideraba con candidez que los árabes
se integrarían en el estado judío. Esta indecisión era un elemento
importante utilizado por Gran Bretaña para justificar el Mandato y
mantener una cuota baja de inmigrantes, restricción que a los ojos del
mundo se tornó cruel a medida que tras la caída alemana se conocía el
horror de la “solución final”. Los árabes, por su parte, forjaban su
estrategia en la cual se formaría un estado palestino árabe con
algunas comunidades judías, pero excluyendo a los refugiados de los
campos de concentración europeos.
Los políticos
británicos subestimaron a los líderes sionistas, y a medida que
aumentaban la presión, el Irgún de Begin respondía escalando los actos
terroristas. Los ingleses respondieron ahorcando a los militantes del
Irgún, y éstos a su vez ahorcaron a soldados ingleses. Los ingleses
instalaron a los refugiados judíos en desmantelados campos de
concentración en Alemania. El mundo se horrorizó ante la
insensibilidad moral británica y un indignado presidente de Estados
Unidos, Harry S. Truman influyó para que el premier británico Attlee
no cediera a las presiones árabes y evacuara el territorio.
La ONU entonces,
anunció un plan de partición de Palestina. En los debates la URSS
apoyó el plan de partición y la creación del estado de Israel. Stalin
fue el segundo jefe de estado (después de Truman) en reconocer al
estado de Israel. En su discurso el delegado soviético Andrei Gromiko
apuntó que esta decisión satisfacía las demandas legítimas de la
nación judía, donde cientos de miles de judíos carecían de un hogar
nacional. El 15 de mayo de 1948 Ben-Gurión declaró la existencia del
estado de Israel, y la ONU nominó al aristócrata sueco Folke
Bernadotte para mediar en la partición Palestina. Por vez primera se
revertía el milenario destino judío de convivir en la Diáspora.
El impacto que tuvo en
la conciencia mundial la virtual destrucción de la judería europea en
los crematorios alemanes cedió finalmente Palestina a los
supervivientes del Holocausto. Así, el legado de Hitler lejos de ser
la eliminación de los judíos, irónicamente resultó en la formación del
estado judío. Pero los ingleses dejarían un embrión de estado a su
suerte, rodeado de enemigos árabes en la convicción de que se
produciría una guerra que arrasaría con las pobres fuerzas
combatientes judías y con la ilusión de una patria en Palestina. Así,
los ingleses crearon ex profeso el dilema árabe-judío en Palestina.
Londres se fue
lavándose las manos. El 29 de noviembre de 1947 la ONU aprobó la
partición de la Palestina occidental en dos estados: uno par los
judíos que comprendía el desierto del Negev, la costa Tel-Aviv a Haifa
y parte de Galilea, y otra para los árabes palestinos que consistirá
en la Orilla occidental del Jordán (la Cisjordania), el distrito de
Gaza, Jaffa y los sectores árabes de Galilea. Jerusalén, solicitada
por judíos y musulmanes por ser para ambos “ciudad sagrada”
supuestamente se transformaría en un enclave internacional bajo
fideicomiso de la ONU.
Los estados árabes no
intentaron reasentar a los palestinos, prefiriendo mantenerlos en
campos de refugiado como un recordatorio público para el resto del
mundo de la injusticia en la creación del estado de Israel. Después de
1948 los exilados palestinos y los que permanecían dentro de Israel
adoptaron una política de acomodo a la situación. Los que se quedaron
adentro aceptaron la política del estado israelí. En la década
cincuenta los derechos palestinos sólo eran enarbolados por Egipto y
un puñado de árabes en exilio.
Fue el presidente
Nasser quien el 12 de abril de 1955 fraguó la causa Palestina, al
reunir en El Cairo a los líderes árabes de Gaza, con vistas a
organizar, entrenar, armar y financiar a los fedayines
palestinos y cohesionarlos en una estructura militar que les
permitiera luchar por un “hogar palestino” batalla en la cual
asumirían la vanguardia. Al-Fatah fue fundada por palestinos de las
universidades de El Cairo y Alejandría y encabezada por un personaje
anónimo llamado Yasser Arafat que predicaba el retorno a Palestina por
medio de la violencia.
El jefe de la
inteligencia egipcia en Jordania, el coronel Salah Mustafa, asumió el
entrenamiento de 700 fedayines que pasaron su bautizo de fuego
en agosto de 1955 (Steven, 1980, 106). Mustafá que era amigo íntimo de
Nasser y no ocultaba su admiración por los nazis, fue volado en
pedazos en Jerusalén por una bomba escondida en las memorias del
mariscal Gerd von Rundsted: The Commander and the Man, que
había recibido por el correo (Steven, 1980, 111).
Fue por esa época que
tuvo lugar la fundación de Al-Fatah donde participó Yasser Arafat.
Arafat provenía de una familia de larga tradición de lucha anti-sionista;
su padre y hermano habían combatido contra las comunidades judías en
Palestina. Su clan tribal, el Hussein había abrazado el credo nazi
apoyando al Gran Muftí de Jerusalen. En la década cincuenta Arafat
recibió entrenamiento en la Academia Militar de Egipto y devino en un
experto en explosivos.
En 1956 varios grupos
pequeños atacaron algunos puestos militares en Gaza. Por órdenes de
Nasser los comandos fedayines participaron en la guerra de Suez en
1957 donde fueron masacrados por los blindados israelíes. Para fines
de la década existía un semillero de pequeñas organizaciones en el
exilio dedicadas a la lucha contra Israel. La “entidad Palestina” como
se llamó devino en una realidad en 1959, cuando comenzó ser reconocida
por los miembros de la Liga Árabe. En 1963, bajo el patronazgo del
presidente Nasser, los principales grupos palestinos fueron forzados a
establecer una alianza formal entre ellos e integrarse a una
organización sombrilla, la OLP, que sería el brazo armado palestino.
En teoría, por lo menos, estos grupos estaban representados en el
Comité Central de la OLP, y sus alianzas se mantendrían o debilitarían
según la marcha de la situación política y militar de la lucha.
Los intelectuales
palestinos de Beirut rechazaron a la OLP desde el primer momento, por
considerarla una extensión de los egipcios. Estos intelectuales
palestinos –estilo George Habash- abogaban por una revolución marxista
moderna que les ubicara a la vanguardia de las naciones árabes.
La OLP fue aceptada por
la Liga Árabe en 1964, como una institución sombrilla que agrupara y
“encauzara” la beligerancia de las organizaciones de refugiados. Los
principales grupos dentro de la OLP serían Al-Fatah, la más
importante; la organización Saiqa, engendrada por Siria; el Frente
Popular de Liberación de Palestina (FPLP) que llamaba por una
revolución árabe para recuperar Palestina y estaba diametralmente
opuesta a cualquier arreglo con Israel, Estados Unidos o la “reacción
árabe”; el Frente Democrático Popular de Liberación de Palestina (PDFLP),
uno de los contrarios más acérrimos de Arafat, se fundó en 1969,
nuclearia las tendencias marxistas y sería la primera en proponer el
establecimiento de una autoridad nacional Palestina en cualquier parte
del territorio evacuado por Israel.
Arafat, conocido como
“el viejo” desplegaría una filosofía centrista dentro de la gama
política Palestina y doctrinalmente expresaría su rechazo a todo lo
que pudiese legitimar la presencia del estado de Israel en Palestina,
desde la Declaración Balfour, el plan de partición de 1947, hasta Camp
David. Los soviéticos, los cubanos, los sirios e iraquíes desempeñaron
un papel importante en el desarrollo de la OLP como la organización
terrorista con más recursos financieros, mejor entrenada, equipada con
armamento moderno y múltiples bases y santuarios. Pero en tiempos de
crisis eran los servicios secretos egipcios los aliados más firmes de
la OLP; luego desarrolló lazos con Arabia Saudita y la Libia de
Khadafi. La OLP recibió más recursos militares y financieros que las
otras organizaciones palestinas rivales.
No fue hasta 1965 que
se inició la fase moderna de los choques entre Israel y los palestinos
cuando Al-Fath de Yasser Arafat propinó un golpe de mano dentro de
Israel. En ese año, el mandatario sirio Amín Al-Hafez y sus servicios
secretos concibieron el proyecto de unir varias facciones de
activistas refugiados palestinos bajo una coordinada organización
terrorista y brindarles entrenamiento secreto en sus bases militares,
copiando la experiencia de los fedayines argelinos para “expulsar a
los judíos como los argelinos expulsaron a los colonialistas franceses
del África norte” (Eisenberg, 1978, 120). Hasta 1967 Al-Fatah lanzaba
acciones armadas contra el territorio israelí desde Jordania, aunque a
veces desde el Líbano.
La Guerra de los Seis
Días tuvo efectos devastadores en la militancia palestina, mucha de la
cual abandonó la lucha convencida de que era imposible derrotar
militarmente a Israel. El error israelita fue no haber negociado con
los árabes, con arbitraje internacional, una paz regional para
devolver los territorios ocupados, inmediatamente después de su
victoria relámpago de 1967. La agenda “Palestina” se hubiese
desinflado, y las comunidades árabes en Gaza y Cisjordania se hubiesen
asimilado pacíficamente a Egipto y Jordania, y la de los refugiados
palestinos en otros estados árabes hubiesen asimilado la nacionalidad
de residencia.
Hasta 1967 el tema
central en el área era el diferendo entre los estados árabe e Israel,
y el tema palestino sólo era secundario. Cada estado árabe buscaba
asegurarse una voz súbdita entre los palestinos para beneficiarse de
la legitimidad poderosa que ante los ojos de las masas árabes de sus
respectivos países otorgaba el estar vinculados a la lucha Palestina.
Sin embargo, con la conquista de Gaza y Cisjordania en la Guerra de
los Seis Días de junio de 1967, ya no era posible obviar en lo
adelante el dilema palestino, al producirse una existencia bi-nacional
entre judíos y árabes.
Tras el impacto de la
Guerra de 1967 los egipcios prácticamente abandonaron a los
palestinos, y éstos trascendieron las pugnas inter-árabes, adoptaron
una reconsideración de su relación con el programa nasserista y
baasista de expulsión de los judíos y unificación de todo el
territorio palestino, en favor de la variante de dos estados (uno
judío y otro palestino secular y democrático), y con una mayor
militancia hacia la OLP y al Partido Comunista.
El terrorismo tuvo su
empujón inicial en un puñado de organizaciones palestinas. Uno de los
primeros en distinguir que la violencia islámica era la ola del futuro
fue el cabecilla militar de la OLP, Khalil al-Wazir, el temible Abú-Jihad.
La zona se enturbió aún más con el uso del petróleo como arma
política, con la impronta errática del mandatario libio Gadafi, y el
desplome del Líbano como nación. Así, la emergencia del movimiento
palestino de la OLP tras la Guerra de los Seis Días fue promovida por
el deseo de compensar el funesto desempeño de los ejércitos árabes
contra Israel. Con tal auto-descubrimiento, las tensiones entre las
organizaciones palestinas y los estados árabes se incrementarían desde
entonces.
La OLP post-Shukairy ha
sido dominada por Yasser Arafat, quien inicialmente fue visto como un
instrumento del mandatario egipcio Gamal Abdel Nasser. Pero bajo
Arafat la política palestina lograría trasladarse de la periferia (el
control de los países árabes) hacia el centro del consenso
internacional. El balance de Arafat como líder palestino no sería del
todo halagüeño. Es cierto que supo maniobrar en medio de la sangrienta
pugna intestina del movimiento; que pudo alzarse vencedor en la
contienda para ser el solo representante de los refugiados y de los
árabes residentes en Israel; que, si bien maltrecho, sobrevivió a sus
choques con los regímenes árabes, y ha sabido moverse en las grietas
de la alianza Estados Unidos-Europa. Después de la guerra de los Seis
Días en 1967, nefasta para los árabes, Arafat inició su lucha por
lograr una autonomía política de los mismos, aunque las inflexiones de
su política han estado marcadas por quienes en cada momento son sus
fuentes de financiamiento, que no se han circunscrito a los países
profesantes del Islam sunnita.
La organización Al-Fatah
en particular era la más vociferante en su posición de no-compromiso
con Israel, rechazando la resolución de la ONU de noviembre del 1967.
La OLP declaró la guerra a Estados Unidos por su apoyo a Israel, un
país que desde su punto de vista no debería existir. Al-Fatah urgía al
resto de los palestinos a presionar con la violencia y en último
extremo acabar con Israel a través de operaciones clandestinas desde
Jordania y Líbano. Los soviéticos vieron en las guerrillas un medio
para acercarse al resto del mundo árabe y como instrumentos que podían
servir a muchos de sus propósitos. Arafat, junto a George Habash y los
más altos dirigentes palestinos asistieron a principios de 1968 a
Moscú donde los soviéticos ofrecieron recursos y la experiencia de la
KGB para iniciar nuevos campos de entrenamiento terrorista en Jordania
(Steven, 1980, 289).
Pero a la vez una
vinculación demasiado pública con Al-Fatah implicaba comprometer sus
actuales ganancias con aquellos estados árabes a los que estaba
armando. Los soviéticos practicaron una política ambivalente entre
Arafat y los estados árabes. En los meses posteriores a la Guerra de
los Seis Días, la URSS mostró su apoyo a los comandos guerrilleros,
sobre todo en las acciones dentro de los territorios ocupados. A
medida que Al-Fatah fue creciendo en prestigio al tornarse sus
operaciones más audaces, y recibir sustancial apoyo financiero de los
árabes moderados del Golfo y Arabia Saudita, los soviéticos comenzaron
a ponerle distancia expresando “simpatías por su resistencia” pero
dudas con respecto a sus métodos para desbancar a Israel (McLane,
1973, 10).
La violencia y el
terrorismo palestino contra Israel adquirieron notoriedad a finales de
los sesenta y principios de los setenta. La OLP comienza a recibir
armamentos del ex bloque soviético y apoyo financiero de la región,
transformándose en un enemigo peligroso para Israel. Varios grupos
proclamaron su “independencia” de Arafat asumiendo la responsabilidad
de los ataques terroristas, pero los servicios secretos de Occidente
sabían que se trataba de una estratagema para eximir a la OLP del
repudio internacional.
La auto-determinación
de Palestina fue aprobada por la ONU en 1969 y la OLP recibiría el
reconocimiento de dos tercios de los estados del planeta, como el
representante legítimo del pueblo palestino, pese a que Israel y
Estados Unidos no lo han admitido oficialmente. La realidad política y
no académica es que mientras los judíos europeos o norteamericanos
adquieren automáticamente la ciudadanía israelí el mismo mecanismo les
niega ese derecho a los refugiados naturales de Palestina.
En marzo de 1968 la OLP
obtiene su bautizo de fuego al ejecutar una acción independiente
cuando sostiene un prolongado encuentro con fuerzas regulares
israelíes en Karamé, dentro de Israel. Poco tiempo después los
fedayines de la OLP habían conformado prácticamente cuasi
estados dentro de Jordania y el Líbano, con los cuales colisionarían.
El 22 de julio de 1968
el grupo del FPLP dirigido por Ahmed Jibril secuestró el vuelo Roma-Tel
Aviv de la compañía israelita El-Al. El 26 de diciembre de ese año, la
FPLP atacó nuevamente un avión de la El-Al en plena pista de vuelo en
Atenas. En febrero de 1969 le tocaría el turno a otra nave israelí en
Zurich. En agosto, el comando palestino “Che Guevara” secuestró el
vuelo de la TWA con destino a Lydda, desviándolo a Siria. El 29 de ese
mes, una bomba de tiempo estalló en las oficinas de la ZIM en Londres;
el 8 de septiembre explotaron simultáneamente bombas en las embajadas
israelí de la Haya y Bonn; en noviembre 27 una granada detonó en medio
de una multitud congregada en las oficinas atenienses de la El-Al.
Por toda Europa los
terroristas de la OLP se desplazaron para atacar cualquier individuo,
entidad o instalación que representara a Israel. El número de
secuestros de aviones en esos años pasó del centenar. La OLP negoció
con algunos países europeos (Grecia e Italia) una cierta neutralidad
operacional bajo el compromiso de prohibir a sus comandos que operasen
contra ellos, aunque de manera clandestina los utilizaron de
madrigueras.
Por detrás de
bambalinas la diplomacia soviética ejercía tremendas presiones sobre
los gobiernos árabes para que controlasen y disciplinaran a las
guerrillas de Arafat. En diciembre de 1969 en la conferencia de los
jefes de estado árabes en Rabat, Arafat bloqueó la propuesta
soviético-egipcia de una política árabe unificada hacia el problema
Palestino. La visita de Arafat a Moscú en febrero de 1970 pasó sin
penas ni glorias, al ser atendido por funcionario de segunda
categoría.
En 1970 Egipto
aceptó el plan propuesto por el secretario de Estado norteamericano
William Rogers de un cese al fuego por tres meses. Arafat acusó a
Nasser por haber “capitulado” ante el plan Rogers, apartando
definitivamente a la OLP de la protección egipcia, perdiendo sus
espacios de radiodifusión en Radio Cairo.
Asimismo, la
confrontación ante la manipulación política de los estados árabes
“hermanos” adquiere perfiles dramáticos cuando Arafat asume la necia
decisión de retar en Jordania el poder del rey Hussein, y los
comandos palestinos de Habash volar tres aviones secuestrados que
habían aterrizado en Jordania, en una fiesta de carnicería. Esto fue
demasiado para el rey Hussein cuyos altos oficiales beduinos le
imploraron les permitiese expulsar a los palestinos.
La forma violenta con
que Nasser reaccionó a la OLP llevó a que el rey Hussein de Jordania
ordenara a su Legión Árabe que atacase los campamentos de refugiados y
guerrilleros palestinos, donde perecieron miles de palestinos, en una
lucha que duró dos semanas, que estuvo a punto de liquidar a la OLP y
que fue conocida como Septiembre Negro. Los sirios, decididos a ir en
ayuda de los palestinos, fueron parados en seco por Israel bajo la
amenaza de intervención. El 15 de septiembre la Legión Árabe arrasó
los campos palestinos en una masacre que produjo miles de muertos.
Esta guerra civil en
Jordania significó el inicio del fin del poder de los fedayines
palestinos en el mundo árabe. La URSS mantuvo una estricta neutralidad
en este encuentro, reservando sus epítetos más duros para Israel. Los
soviéticos esperaban suplantar a Estados Unidos como árbitro de las
negociaciones de paz en el área, y para ello creían contar con Sadat.
Mientras Mohammed
Boudia, primero e Ilitch Ramírez o Carlos “el Chacal” después, eran
las cabezas en Europa de las operaciones de la FPLP, el refinado poeta
y novelista palestino Ghassan Kanafani figuraba como su cerebro
planificador en los atentados terroristas, hasta que el 18 de julio de
1972 al encender su automóvil una bomba israelí lo desintegró (Steven,
1980, 319).
Septiembre Negro
encabezado por Mohammed Yussuf El-Najjar, segundo a bordo de Arafat,
era simplemente una estructura pantalla de Al-Fath que recibía
entrenamiento y asesoría de la KGB, que para tal designio habilitó un
poderoso centro de inteligencia en Chipre. Septiembre Negro instaló
sus cuarteles de invierno en Suecia y Noruega aprovechando el
deslumbramiento de sus intelectuales y editores hacia el Tiers
Monde, la “nueva izquierda”, y la inefable ingenuidad y
largueza financiera de sus gobernantes para con los refugiados
palestinos. Era el criterio de Al-Fatah de que Israel podía ser
derrotado si los palestinos desataban una inmisericorde e intensa
guerra terrorista. Como venganza contra el rey Hussein, Septiembre
Negro ultimó al primer ministro jordano, Wash-Fal cuando salía del
hotel Sheraton en El Cairo. Tienen lugar las infiltraciones armadas de
Abul Abbas en Israel, y otras aventuras tenebrosas de las que pueden
citarse dos de las más estúpidas como el asesinato de Leon Klinghoffer
cometido por Abul Abbas en el Achille Lauro en 1985, y
el asalto a las playas de Tel Aviv en 1990.
Esta estrategia de
terror palestino acarreó una conducta punitiva de contra-ataque no
menos violenta, el terrorismo de estado por parte de Israel. Después
de la infame matanza de 11 atletas israelíes por pistoleros palestinos
en los juegos olímpicos de Munich, Golda Meir delineó la estrategia de
combatir el terror con el terror. El líder del grupo palestino que
llevó a cabo la acción en Munich, Alí Hassan Salameh. El 9 de abril de
1973 Israel montó un desembarco comando en Beirut aniquilando casi
toda la dirigencia de Septiembre Negro y de Al-Fatah. En los valiosos
documentos incautados se demostraba la estrecha vinculación de la KGB
en todo el entramado terrorista y los planes palestinos para liquidar
a los mandatarios árabes “moderados”. Israel le pasó la información a
tales gobiernos que tomaron medidas contra Arafat (Steven, 1980, 331).
Tanto en Jordania,
Líbano y en otros sitios, la OLP utilizó la práctica de establecer sus
mandos, cuarteles y depósitos de armas en edificios vecinos a escuelas
u hospitales. Los choques sangrientos entre las facciones palestinas
en Damasco, Beirut y Bagdad pasaban inadvertidos para los medios de
prensa. Los palestinos Abú Nidal en Irak y Wadí Hadad en Yemen del
Sur, asesinos natos, montarían atentados contra los hombres de la OLP
destacados en Europa tratando de abrirse paso a bombazos hacia la
lideratura de la OLP.
A raíz de los acuerdos
del Sinaí en 1974 y 1975, la estrategia de Kissinger descansaba en
obligar a que cada país árabe afectado negociase con Israel de forma
bilateral, evitando el pan-arabismo (Said, 1992, p. 170). De manera
simultánea, en la comunidad internacional se hizo espacio la idea de
que correspondía a los palestinos negociar el proceso de paz con
Israel, en vez de Egipto representando a los palestinos y Estados
Unidos a Israel. En 1974 alrededor de un centenar de naciones en la
ONU aceptó a la OLP como el representante legítimo del pueblo
palestino, abriéndole en teoría todas las puertas.
La política de los
palestinos hasta 1967 se había movido paralela a las corrientes del
universo islámico donde Arafat también presidió las graves desgracias
palestinas. Nada quiso hacer para negociar la recuperación de los
territorios perdidos en la Guerra de 1967 en la Orilla Occidental,
Gaza y el Jerusalén oriental. Tras emerger como el primer movimiento
político árabe, su dirigencia llegó a la conclusión en 1974 de que la
Palestina árabe jamás podía ser recreada, pero que un tipo de arreglo
era posible con Israel. La lucha terrorista contra Israel, que no
aportó una solución a la causa Palestina dejó a la OLP prácticamente
descabezada al desaparecer –salvo Arafat- gran parte de su dirigencia
histórica: Ghassan Kanafani, Gamal Nasser, Kamal Adwan, Yusef Najar,
Abul Walid, Abu Jihad, Abu Iyad, Abul Hol.
Por vez primera en el
Consejo Nacional Palestino de 1974 reunido en Rabat, la cumbre árabe
aceptó a la OLP como representante del pueblo palestino, y Arafat
habló de aceptar un estado palestino en Gaza y Cisjordania. Arafat fue
acusado de inmediato de capitular ante el sionismo. Luego de las
conferencias del Consejo Nacional Palestino en 1977, la mayoría
encabezada por la OLP confirmó su posición a favor del estado
palestino en los Territorios Ocupados, ante la feroz oposición de la
minoría militante que argumentaba por la completa liberación del
territorio, incluido Jaffa, Haifa y Galilea. Lo que inclinó la balanza
a favor de Arafat fue la incorporación de la línea centrista de los
palestinos de Gaza y Cisjordania quienes para lograr la paz se
tranzaban por un mini-estado con fronteras comunes, intercambio
regular y comprensión mutua.
Los palestinos han
proyectado un nacionalismo árabe que no siempre les ha permitido
preservar sus padrinos del mundo islámico. Todas las organizaciones
palestinas sin excepción han resultado un dolor de cabeza, entre otras
razones por el maridaje de la lucha Palestina con los numerosos
movimientos opositores tanto en la región del Golfo como en el
Creciente Fértil y en el África norte, desde los marxistas egipcios,
los nasseristas, los grupos militantes islámicos hasta la miríada de
grandes y pequeños partidos, políticos indeseables, y corrientes
políticas herejes. Con un presupuesto abultado proveniente de las
donaciones de palestinos residentes en los estados árabes ricos, así
como la contribución de Arabia Saudita, Kuwait y otros países
petroleros, se cubrirían los servicios, la logística, el entrenamiento
y los armamentos, así como la atención a casi un millón de palestinos,
la OLP se aburguesó y transformó en una burocracia desde donde se
manejarían las organizaciones de estudiantes, de mujeres y sindicatos,
sistema de escuelas, atención social y a veteranos, salud y
abastecimientos.
En julio de 1977 el
jefe del Mossad general Hacka Hofi alertó al presidente Menahem Begin
de que el mandatario libio Muammar Al-Khadafi había infiltrado un
comando palestino para asesinar al presidente egipcio. Los
conspiradores palestinos no sólo fueron arrestados en El Cairo
posibilitando el viaje histórico a Tel Aviv de Sadat, sino que éste
quedó tan impresionado que determinó dar un paso más allá, y concertó
con los israelíes una alianza que perturbaría a enemigos y aliados,
pero que sin la cual Sadat no podía asumir su política de
reconocimiento de Israel. Entre los acuerdos secretos de Camp David se
estipuló la cooperación de los dos servicios secretos más poderosos
del área: el Mossad israelí y la Dirección General de Inteligencia
egipcia (conocedor de todos los secretos de la OLP), factor que en
realidad fue lo que alteró el balance de poder regional y selló de un
golpe la suerte de la resistencia armada Palestina (Steven, 1980, xxii).
Fue precisamente este
pacto de inteligencia lo que desmanteló a la OLP como una organización
terrorista efectiva, marcando una catástrofe más formidable que el
Septiembre Negro jordano de 1970 o el desastre libanés de la década
ochenta. El grueso de la dirigencia política y militar de la OLP eran
criaturas de los servicios secretos egipcios, los cuales tenían
infiltrada esa organización mucho más que los israelitas. Por eso, en
los medios de inteligencia y del sub-mundo clandestino internacional
se conoció que Arafat había condenado a muerte a Sadat (Steven, 1980,
xxiv).
EL CONFLICTO PALESTINO
ISRAELI
A principios de la
década 1970 Israel no era el centro de atención de Estados Unidos, a
pesar de que los niveles de ayuda eran relativamente elevados. La
pugna Egipto-Israel, la Guerra Fría, América Latina y Vietnam aún
ocupaban las prioridades más elevadas. Pero esta presencia selectiva
del rol de los Estados Unidos en el mundo árabe se metamorfoseó en lo
que sería sin discusión la presencia institucional más voluminosa y
aplastante de un poder exterior en la historia moderna del Medio
Oriente.
La década de 1970 vio
emerger a Arabia Saudita como una fuerza política cardinal en el área,
al estar en capacidad de dictar los precios del petróleo, amenazando
simplemente con abrir al mercado sus colosales reservas. Su entonces
monarca Feisal Abdel-Aziz comprendió la necesidad de estabilizar el
diferendo árabe-israelí para evadir cualquier peligro de que el
radicalismo ideológico que estaba generando la lucha Palestina
repercutiese negativamente en la legitimidad de su monarquía. Feisal
decidió advertir a los Estados Unidos, por medio del monopolio
petrolero norteamericano ARAMCO -que explotaba el hidrocarburo de la
península Árabe-, que su total alineamiento con Israel y menosprecio a
los intereses árabes era una estrategia ciega que impedía concretar
una solución negociada al diferendo.
Tras la guerra del Yon-Kippur,
Arabia Saudita, Kuwait e Irak (el 50% de las reservas petroleras
conocidas), convencieron al resto de los países árabes de imponer un
embargo petrolero a Estados Unidos y Holanda por parcializarse con
Israel. El embargo se mantendría hasta que éste no se retirase del
Sinaí, Gaza, Golán y Cisjordania, en cumplimiento de la Resolución 242
de la ONU. Por su parte, Francia e Inglaterra no fueron incluidas en
el embargo por haber adoptado una posición neutral en el conflicto (Darwish,
1991, p. 49).
Sería después del
embargo petrolero árabe, que Estados Unidos prestaría oídos a sus
grandes empresas petroleras envueltas en el Medio Oriente (Darwish,
1991, p. 50). Pero ya era tarde; con la nueva facultad árabe para
esgrimir su petróleo como arma de presión política, las compañías
petroleras occidentales ya se habían distanciado de sus gobiernos para
no ser utilizadas como instrumentos directos de política exterior.
Ya antes de su muerte
Nasser había hecho la contorsión de una tradicional intransigencia al
acomodo con Estados Unidos y al reconocimiento de Israel. Como
iniciador de esta estrategia realista (erróneamente atribuida a Anwar
el-Sadat), Nasser, con su prestigio y sagacidad hubiese logrado
arrastrar consigo a los países árabes moderados, evitando el
aislamiento que un anodino como Sadat trajo a Egipto, y sorteando el
fracaso de la reconciliación árabe-israelí. El efecto que esta
mutación política tuvo sobre los palestinos, en especial la OLP que se
opuso airadamente a cualquier tipo de arreglo, desembocó en las crisis
contra la monarquía de Jordania en 1970-1971 y la del Líbano en
1975-1976, con un enorme costo en vidas humanas.
Durante 1971 y 1972
Dayán trataba de razonar enfáticamente con la cúpula política de que
Egipto estaba dando pasos para una ofensiva militar en el Sinaí. A
principios de 1973 era claro para muchos países europeos y los Estados
Unidos que los egipcios y sirios se preparaban para la guerra; ambos
habían acumulado un enorme arsenal de tanques, aviones y cohetes
soviéticos, quienes con premura ponían a punto las baterías anti-aéreas
en Egipto. Pese a todo ello, y a las diversas alertas que recibía
Israel, su dirigencia aún no estaba persuadida de las intenciones
guerreras árabes, y pensaba que eran maniobras a gran escala,
convencida de que la lección de 1967 fue definitiva y que los árabes
no se hallaban a la altura de una guerra electrónica.
El 3 de octubre tuvo
lugar una larga reunión en Jerusalén de los ministros, los principales
mandos militares, la inteligencia militar con la premier Golda Meir;
Yitzhak Hofi, jefe de los ejércitos norte expresó su ansiedad a los
presentes, sobre todo a la luz de que Siria había reforzado su
saliente delantero más allá de los límites de una defensa. Sin embargo
Golda Meir mantuvo su optimismo. Al día siguiente, dos días antes de
la invasión, la CIA alertó al Mossad de que los árabes iban a lanzar
un ataque en todos los frentes (Eisenberg, 1978, 251). Al día
siguiente los soviéticos lanzaban al espacio un satélite espía, el
Cosmos-596, que entró en una órbita que sobrevolaba a Israel (Steven,
1980, 365).
Varias veces superados
en número, completamente cogidos de sorpresa, el ejército de Israel
tuvo que enfrentar en el Golán a un feroz asalto sirio, donde cada
tanque israelí tenía que enfrentarse prácticamente contra escuadrones
blindados sirios. De no llegar a tiempo el refuerzo o no poderse
contener la acometida, todo el norte del país quedaría a merced del
enemigo. Durante 48 horas prácticamente lo que se interponía entre el
ejército sirio y la destrucción de Israel era la habilidad táctica del
general Hofi quien desarrolló una brillante campaña defensiva, hasta
que con refuerzos suficientes lanzó una contraofensiva que aniquiló
las mejores unidades sirias en lo que se ha considerado la batalla de
tanques más grande después de la del arco de Kursk.
Mientras, en el Sinaí,
el ejército egipcio después de cruzar impunemente el Canal de Suez se
hizo de la línea Bar-Lev, esa maravilla de fortificación electrónica,
y se atrincheraban en preparación de un asalto frontal en los pasillos
del Sinaí y luego al corazón del país. La fuerza aérea israelí estaba
paralizada prácticamente pues no podía proteger sus propias tropas so
pena de verse expuesta a la barrera de cohetes soviéticos en el lado
egipcio. Las reservas no estaban movilizadas, los tanques se hallaban
en sus parqueos, la línea Bar-Lev estaba custodiaba por novicios. El
ejército regular se hallaba de pase para las festividades religiosas
del Yon-Kippur.
Durante 36 horas Israel
estuvo en el filo de la derrota, que para el país significaría la
primera y última, con un nuevo holocausto. Demostrando su preparación
y la habilidad de sus mandos en esas terribles horas, un cuarto de sus
fuerzas armadas logró contener a los dos ejércitos árabes hasta que
finalmente pudo desplazar al campo de batalla todas sus unidades y
ganar una victoria increíble.
Estados Unidos
estableció un puente aéreo directo al Sinaí proveyendo cantidades
ingentes de armamento moderno a Israel. Cuando se desmoronaron las
defensas egipcias, la URSS hizo claro que intervendrían directamente
si no se detenía la ofensiva israelí. Kissinger presionó a Golda Meir
a que aceptara el cese al fuego. Yon-Kippur fue una victoria para
Israel en términos militares puros, pero psicológicamente fue un golpe
terrible, sobre todo al demostrar un fallo en sus servicios de
análisis de inteligencia.
Moscú sabía que Egipto
y Siria se habían salvado de una derrota total a última hora, no por
el armamento soviético sino por la presión norteamericana sobre Israel
para que detuviese su ofensiva. De haber continuado la misma, Siria
hubiera colapsado, se hubiera dividido en sus tres partes componentes
y desaparecido como nación, Egipto tras haber perdido todo su ejército
nunca hubiera recuperado el Sinaí, la OLP se hubiera evaporado como
organización, y Tel-Aviv hubiera reorganizado geográfica y
políticamente al Medio Oriente a su conveniencia.
Para compensar el
rearme israelí, Estados Unidos comenzó a proveer de armamentos
sofisticados a ciertos países árabes. El acceso a la tecnología
norteamericana posibilitó a que Israel creara una fuerza aérea moderna
capaz de llegar a todos los estados de la Liga Árabe. Esta ecuación
escaló la carrera armamentista en el Medio Oriente, llevando a que
Siria, Libia e Irak se moviesen más hacia la URSS.
La guerra coadyuvó a
fortalecer la idea de un acomodo político, pese a que el "plan Rogers"
y la "misión Jarring" habían fracasado en los dos años anteriores. En
1971 durante la misión de la ONU al Medio Oriente encabezada por
Gunnar Jarring, el presidente Sadat prometió el reconocimiento y la
normalización de las relaciones, a cambio de que se retornase el Sinaí.
Lo que el presidente Sadat, y menos claramente los sirios y jordanos,
ofrecieron en 1971 fue lo que el mismo Sadat formuló en 1973, y
nuevamente lo que propuso en Jerusalén en 1977: paz con Israel y un
estado palestino a partir del desmantelamiento de Gaza y Cisjordania.
El presidente
norteamericano Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger
“el Maquiavelo moderno” como es conocido en el Medio Oriente,
generaron la idea de asegurar el control y la estabilidad del área y
el flujo petrolero al Occidente implementando la estrategia de “los
dos pilares”: la casa real Saudita, y el Shah de Irán, garantizadores
de la seguridad del golfo y la península árabes. Al negociar Kissinger
el fin de la guerra del Yon-Kippur, logró de Israel el compromiso de
desmantelar militarmente en 1975 el Sinaí. Esto forjó las bases para
que luego se concretasen los acuerdos de Camp David. Pero, la
diplomacia de Kissinger no estuvo diseñada para implementar una
solución final y comprensible al diferendo árabe-palestino-israelí,
sino que buscaba reducir la tensión del Medio Oriente. La ambigüedad
de esta política y el apoyo irrestricto a las anticuadas y opresivas
estructuras estatales medievales tuvieron consecuencias desastrosas,
entre otras el desplazamiento de Egipto como el poder regional por
excelencia.
A pesar de que a partir
de mediados de la década setenta hasta fecha reciente tuvieron lugar
numerosos contactos extra oficiales entre la OLP y Estados Unidos, los
mismos se estancaban debido a la negativa Palestina de aceptar la
Resolución 242 de la ONU y abandonar el terrorismo, y al hecho de que
para Washington el dilema palestino era secundario comparado con sus
intereses en el resto del mundo árabe. Por vez primera los palestinos
eran tratados por las cancillerías de las grandes potencias como una
entidad independiente del colectivo árabe.
Dos sucesivas
administraciones norteamericanas, las de Gerard Ford y Jimmy Carter,
realizaron esfuerzos concretos para solventar los problemas políticas
del Medio Oriente. El presidente Carter acogió la solución
pan-arabista para solucionar el conflicto árabe-israelí propuesto por
Siria. En 1977 Estados Unidos coordinó la conferencia de paz en
Ginebra y la presencia en ella de los palestinos, señalando el fin de
la “era Kissinger”. Pero Israel avizoró que un acuerdo político
negociado en la ONU, entre el resto de los países árabes, Palestina y
las dos grandes potencias, debilitaría su posición negociadora.
En octubre de 1977 la
URSS y Estados Unidos firmaron un acuerdo conjunto donde se
comprometían a resolver el conflicto árabe-israelí. Leonid Brezhnev
consideraba que con ello había asegurado el reconocimiento
norteamericano para involucrarse en el proceso de paz del Medio
Oriente. Al igual que Israel, Sadat estaba a favor de los acuerdos
separados entre cada parte con Israel, y se opuso públicamente al
comunicado soviético-norteamericano de 1977 sobre Palestina.
Para sorpresa del mundo
entero, en noviembre de 1977 Sadat viajó a Jerusalén cambiando toda la
ecuación. Era, además, la época que la oposición israelita, entre
ellos Simón Peres comenzó a hablar por vez primera de los derechos
palestinos. Estados Unidos, con el favor de los sauditas, se ajustó a
la nueva situación reordenando sus prioridades para dar espacio a un
acuerdo de paz por separado entre El Cairo y Tel-Aviv y abandonando la
vía de la solución Palestina a través de la ONU. A partir de ahí, el
presidente Sadat y el premier israelí Menahen Begin (que había sido
el jefe de la organización clandestina Irgun) se reunieron en Camp
David bajo los auspicios del presidente Carter, acordándose un plan de
autonomía como el primer paso irreversible hacia un proceso final de
autodeterminación Palestina.
Pese al tratado de paz
de Camp David de 1979, el meollo del problema, el conflicto
palestino-israelí, permaneció insoluble. Después de ACNP David un
número de iniciativas privadas produjo entrevistas confidenciales
entre la administración del presidente Cárter y la OLP en Beirut. Para
1979, la OLP mostraba signos de que estaba en condiciones de aceptar
la Resolución 242. Para 1980 la Comunidad Económica Europea declaraba
su apoyo a la auto-determinación Palestina, presentando una seria
divergencia entre la política norteamericana y europea con respecto al
conflicto del Medio Oriente.
Lo que se había
iniciado tras la debacle militar árabe de 1967 y 1973, culminó con los
acuerdos de ACNP David y la caída el Shah de Irán, dando cuenta de las
ideologías nacionalistas del nasserismo, el baasismo y el panarabismo,
y promoviendo el fundamentalismo islámico. Pese a que el Mossad alertó
a la CIA con meses de anticipación del peligro que enfrentaba el
régimen del Shah Rezah Pahlevi, los servicios de inteligencia
occidentales fallaron en detectar la crisis que derrocó la monarquía
iraní en 1979 (Steven, 1980, xxvii). Ello significó uno de los golpes
más devastadores a la política exterior norteamericana de posguerra,
al destruir el balance de fuerzas en la región, y quedar los países
del Golfo, aliados a los norteamericanos, vulnerables a las fuerzas
del fundamentalismo islámico.
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Entre 1977 y 1979 los
iraquíes orquestaron una campaña de descrédito contra Egipto y su
acuerdo de paz con Israel, mientras la OLP se sumía en una sangrienta
guerra intestina como la de Al-Fatah y los grupos pro-iraquíes en
1978. En 1978, Said Hammami el representante de la OLP en Londres,
quien proponía negociar directamente con los israelíes fue asesinado
por un miembro del círculo de Abú Nidal, agente a la vez de los
servicios secretos iraquíes (Darwish, 1991, p. 221). El tratado de paz
provocó que los países árabes petroleros cancelaran sus contratos de
trabajo a millones de egipcios, los cuales remitían una cantidad en
exceso a $30,000 millones de dólares anuales, el ingreso más
importante del país (Darwish, 1991, p. 60). Por su parte el gobierno
ultra-conservador del premier Begin desataba una ofensiva contra los
campamentos de la OLP en el Líbano, y rehusaba aplicar la autonomía a
Gaza y Cisjordania, desacreditando aún más a Egipto en todo el Medio
Oriente.
En 1979, el régimen del
Ayatollah Khomeini entró en una articulación amplia con la OLP que
entronizó el apoyo estatal de la vituperada rama islámica “no-árabe”
del shiísmo iraní, lo que trajo el repudio de los emiratos del Golfo,
Arabia Saudita, Jordania y Egipto. Con Egipto e Irak siempre
predominaron las altas y bajas, en especial tras la alianza de la OLP
con el régimen de Saddam Hussein en 1991.
Pese a las
negociaciones de paz y a la posición pública “moderada” de Arafat, la
OLP en secreto seguía apoyando el terrorismo para no perder el apoyo
de la calle árabe. Moscú sabía que muchos de los grupos palestinos
terroristas “disidentes” de la OLP en secreto se hallaban de acuerdo
con Arafat. La KGB tenía información de muchas de las acciones
terroristas se habían montado con la ayuda de los cuadros de la OLP en
Siria, Libia. Un informe escrito en 1981 sobre una misión de
entrenamiento en la URSS relaciona a 194 oficiales de varias facciones
palestinas dirigidas por el comandante de la OLP Rashad Ahmed (Gordievsky,
1990, p. 546-547).
Con el ascenso al poder
en Grecia del partido Pan-Helénico Socialista del primer ministro
Andreas Papandreu en 1981, visceralmente hostil a Israel y los Estados
Unidos, la OLP obtuvo una base de operaciones importante en Europa. El
jefe de la inteligencia de Papandreu, Kostas Tsimas y el viceministro
del interior Sifis Valyarakis eran ex terroristas que habían sido
entrenados en los campos militares de Arafat del sur del Líbano, y
sostenían íntimas relaciones con los iraquíes. Tsimas utilizó su
influencia con Papandreu y su poder para proteger y promover la
violencia de la OLP (Emerson, 1991, 136). Allí se movió con libertad
la flor y nata del terrorismo palestino: Abu Abbas, Abu Nidal, Abu
Ibrahim, Abdullah Labí, Mohammed Rashid, Mohammed Budia, Ahmed Jibril,
etcétera.
Para la época en que
Ronald Reagan es elegido presidente de Estados Unidos, en 1980, la
situación era diferente. El estatus del área estaba congelado y Egipto
e Israel habían arribado a un entendimiento mutuo, y en 1981 la URSS
concedía a la OLP reconocimiento diplomático. Para 1982 la KGB se
hallaba contrariada por los reportes de inteligencia que señalaban
entrevistas secretas entre altas figuras de la OLP y funcionarios
norteamericanos. Moscú sospechaba que Arafat cedía a las presiones
occidentales para excluir a la URSS de los acuerdos del Medio Oriente.
En 1983, el jefe del departamento del Medio Oriente de la cancillería
soviética, Oleg Grinevsky en una reunión en Londres expresó a los
diplomáticos que ya Moscú no confiaba en Arafat, y que los planes a
largo plazo eran que elementos marxistas y progresistas del círculo
dirigente de la OLP le reemplazaran (Gordievsky, 1990, p. 548).
Pero a fines de la
guerra con Irán, Saddam comenzó a maniobrar con la OLP, interesado en
presentar una cara favorable al Occidente. La OLP se hallaba en
extremo debilitada producto de sus encuentros militares con Siria al
norte del Líbano en 1984, y se había llegado a la conclusión
definitiva que no existía la posibilidad de una victoria militar
contra Israel. Asimismo, hubo un re-alineamiento con Egipto después de
Camp David y la aceptación de las propuestas elaboradas por el
secretario de estado norteamericano James Baker, el famoso “plan Baker”.
Para fines de 1988 Egipto lograba persuadir a la OLP para que
denunciase el terrorismo y acatase la solución de dos estados en
Palestina (uno judío y otro árabe) establecidos por la ONU en 1947. En
una reunión en Argelia en ese año, el Consejo Nacional Palestino se
pronunció a favor de la auto-determinación con un gobierno secular en
una parte de la Palestina. Otro cambio importante fue la aceptación de
las resoluciones 242 y 338 de la ONU que anteriormente habían sido
rechazadas. Al
aceptar la OLP la existencia del estado de Israel, ello
implicó una gran concesión a sus anteriores posiciones en procura de
“toda la Palestina expulsando a los judíos, o nada”.
En el otoño de 1988,
los iraquíes figuraban entre los estados árabes que respaldaban la
nueva posición moderada de Arafat de denuncia al terrorismo y
aceptación al diálogo con Estados Unidos. En septiembre, Jordania
renunciaba a su responsabilidad administrativa sobre el territorio de
la Cisjordania ocupado por Israel, para que allí se estableciese un
estado palestino. El hecho de la tenacidad Palestina por reconstruir
una identidad en el exilio, y el que su lucha por la
auto-determinación deviniera tan conocida internacionalmente, tal
presupuesto comenzó a ser manejado en el discurso norteamericano.
De diciembre de 1988 a
mediados de 1990 se desarrollaron en Túnez diálogos entre diplomáticos
norteamericanos y representantes de la OLP con vistas a poner en
práctica un proceso de paz en la región. Mientras Israel se hallaba
sumida en la crisis interna de la intifada, que entraba en su
tercer año, y su premier Yitzak Shamir aún persistía en su ideología
bíblica como para atender las sugerencias de un diálogo con los
palestinos, Saddam Hussein se erigía en el campeón de los palestinos.
Arafat se hallaba frustrado por la falta de apoyo de los emiratos del
Golfo y el estancamiento de la operación de paz egipcia. Para el campo
radical, encabezado por Saddam Hussein, el gobierno de El Cairo no era
confiable por estar demasiado identificado con Occidente y, para
colmo, sostenía relaciones con Israel. Mubarak fue acusado por todas
las tendencias palestinas de haber implicado a Arafat en una
estrategia de “moderación” que, a fin de cuentas, nada había
producido.
En mayo de 1990, Arafat
y Saddam convocaron una cumbre árabe en Bagdad para analizar el
asentamiento de judíos soviéticos en Cisjordania y las formas de
frenarlo ante el fracaso de Estados Unidos para impedir tal política
israelí. Pero en octubre de 1991, Estados Unidos logró sentar en la
mesa e negociación a Israel y a los palestinos, además de Jordania,
Siria y Egipto. Esta negociación resultó en una lucha de facciones
palestinas donde la moderada, encabezada por Hanna Ashrawi que había
logrado llevar a realidad la conferencia involucrando a Estados Unidos
y al soviético Mijail Gorbachov, relegada en la conferencia.
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Los campesinos
palestinos abandonaron la tierra para entrar en el mercado laboral
israelí en los años 1970 y 1980, librándose de la tradición de las
viejas familias y los notables, lo que generó la intifada como
una protesta interna al control de Israel, en lo que puede calificarse
como una revolución de alucinaciones.
A finales de la década 1980,
con la intifada Israel vió teñida su imagen y la admiración
universal de una nación en pos de la paz, que había transformado una
“tierra árida y vacía” en una sociedad moderna. La vulnerabilidad de
la OLP, de ser una organización extra-territorial, el de encarnar una
nación Palestina en exilio, ausente del territorio original se hizo
patente durante la intifada, y luego con Hamas, y la
Jihad islámica que
parapetada en Gaza, con sus ataques terroristas dramáticos abrazaría
el martirologio de los iraníes shiítas. Todos estos movimientos
surgieron sin conexión
alguna con la OLP y los palestinos del exterior.
Hamas, un ramal de la
Hermandad Musulmana, se organizó a raíz de la Intifada; sus
escuadras terroristas, activas en Gaza y Cisjordania, están
financiadas por Irán. Hamas presenta al “sionismo” como la
personificación de Satán, y enarbola como prueba irrefutable a los
Protocolos de los Sabios de Sión,
el texto fabricado por la Ojrana, la policía secreta del Zar.
Mientras la OLP aspira a establecer una Palestina secular, Hamas
acaricia la idea de un estado teocrático estilo Talibán, y ofrece como
recompensa a los mártires de sus misiones suicidas un Paraíso de
palacios de oro, comidas exquisitas, bellas jóvenes y apuestos
mancebos. Hamas mezcla los motivos religiosos con el nacionalismo al
propugnar el suicidio por la “causa”, y el deber religioso de liberar
la patria árabe; pero el Corán no reconoce ni suicidio ni patria.
En el otoño de 1990
Arafat se vió apremiado a lanzar su brazo armado, Al-Fatah, contra
Hamas, producto de su decisión de participar en la conferencia de
Madrid con Israel.
Después de que Siria
expulsó a la OLP del Líbano, el liderazgo de Arafat comenzó a
resquebrajarse, así como el maximalismo de su política ante Israel,
agravándose al abanderarse con Saddam Hussein en la Guerra del Golfo.
Durante esta guerra la propaganda de la OLP en Gaza y Cisjordania, y
en los campos de refugiados en el Líbano, presentaba a Saddam Hussein
como el héroe árabe que desafiaba militarmente a los “cruzados”
Estados Unidos e Israel. Arafat sirvió también como emisario
internacional del régimen de Saddam Hussein. A raíz del embargo
internacional contra Irak aplicado por la ONU, Arafat se envolvió en
extensas negociaciones confidenciales con Irán buscando que Teherán
permitiese el tránsito clandestino del petróleo iraquí por su
territorio (Darwish, 1991, p. 301).
Esta alineación
irresponsable precipita resultados desastrosos en todos los frentes de
la OLP, deshaciendo lo avanzado en las negociaciones de paz, y
costándole la suspensión del sustancial diezmo que prodigaban los
emiratos del Golfo y Arabia Saudita, permitiendo que la balanza se
inclinase a favor de los militantes islámicos en los territorios
ocupados. Así, los palestinos de los Territorios Ocupados afrontaron
dificultades económicas y financieras debido a la precaria situación
de los palestinos residentes en el Golfo, que anteriormente enviaban
sus mesadas a las familias. Este antagonismo de la OLP con Egipto,
Arabia Saudita, Kuwait, y por supuesto con Siria, se mantiene hasta
hoy día.
En septiembre de 1993,
en pleno aislamiento, Arafat decidió acudir a Oslo, Noruega, bajo la
órbita de la Pax Americana, para resumir largas
negociaciones que se habían llevado a cabo de forma secreta por
delegaciones de la OLP y de Israel. Allí se suscribió un acuerdo de
paz entre Arafat y el premier israelí Itzhak Rabín, a nombre de sus
respectivos pueblos, comprometiéndose el palestino con poner fin al
terrorismo, abandonando así la diplomacia pan-árabe, y entrando en la
política doméstica israelí. De un golpe Arafat perdió su ascendiente
con el militantismo islámico, pues los acuerdos de paz fueron
atacados tanto por los
sectores fundamentalistas judíos como palestinos. Los fundamentalistas
palestinos, nucleados alrededor de Hamas, declararon a tales acuerdos
como el símbolo del fin de la Palestina islámica, resultados de un
complot de los Estados Unidos e Israel, y aceptado conscientemente por
la OLP de Arafat, al cual le declararon la guerra. De manera
coincidente, los fundamentalistas de Tel-Aviv, organizados en la
facción mesiánica de Gush Emunim enarbolaron el mismo
argumento, de que tales acuerdos significaban la “liquidación” de la
nación.
Hamas desafió el
liderazgo histórico de la OLP como “representante legítimo del pueblo
palestino”, calificando a sus dirigentes de tragones de puerco y
borrachos. Hamas se lanzó a una campaña de violencia contra la OLP,
mutilando y achicharrando palestinos por “colaborar” con las
negociaciones. En ese año de 1993, el sudanés Hassan Turabi logra un
alto en esta guerra civil Palestina, convenciendo a Hamas para que
uniese fuerzas con la OLP. Un año después, los choques entre Hamas y
la OLP se propagan en Gaza. En septiembre de 1995 Tel-Aviv se retira
de las ciudades de la Cisjordania, y Arafat puede aplacar por el
momento a los extremistas.
La retirada de Arafat
de Camp David en el 2000, no logró que recuperase la
calle, que ya estaba en manos de Hamas y la Jihad Islámica. Entonces
no le quedó más remedio que mancomunarse con ambos, ofreciéndoles
incluso integrar un gobierno palestino de “unidad nacional”. Su brazo
armado (Al-Fatah) y Hamas se fundieron en un ejército clandestino, las
Fuerzas Islámicas Nacionales. Al lanzar su segunda Intifada,
Arafat rechazó las negociadas concesiones obtenidas por Washington de
Tel-Aviv, y retornó a su familiar historia de maximalismo; su todo o
nada responde a su inhabilidad de saber lo que puede o no obtenerse en
un mundo de naciones, y su desconocimiento de la verdadera escala del
poder en el planeta.
Nadie ha logrado
explicar –ni los propios palestinos, los árabes, o los israelíes- cómo
desde los horrores de Septiembre Negro hasta la actual ofensiva
israelí en Gaza y Cisjordania, la OLP ha podido sobrevivir a desastres
tan terribles. Y ahora, mientras el dilema de Palestina se ha
internacionalizado y el de Israel se ha regionalizado, la geopolítica
le impone doblegar la facción terrorista de Hamas en Gaza y
Cisjordania.
Toda la arquitectura
del poder global ha cambiado. Ya la condición no es cuál país es
políticamente correcto, sino cuál es económicamente correcto, pues en
vez de superpoderes militares hoy predominan los supermercados y los
mercados de valores. Ya no son los gobiernos sino los mercados los que
proveen la financiación de la paz. Las sociedades necesitan engarzarse
a la economía global y atraer inversiones globales con vistas a
sobrevivir económicamente. El mercado global premia la buena gestión
económica y vapulea o desecha las malas administraciones –como
Argentina- con más rapidez que nunca.
Hoy se asiste al
fenómeno global de países consolidándose económicamente en bloques
cada vez más grandes mientras se fragmentan políticamente en entidades
más pequeñas. Mientras hay países emergentes de la Guerra Fría que
intentan construir computadoras, hay otros que renuevan sus feudos
étnicos y tribales. Mientras en Japón, Taiwán, Singapur, Corea del
Sur, en Maastricht, en Bruselas, el futuro entierra el pasado, en
Sarajevo, en Ruanda, en Nagorno-Karabaj, en Chechenia, en Georgia, en
Cachemira, en Sierra Leona, en Cuba, en Hebrón y Gaza el pasado parece
estar enterrando al futuro. En el Oriente Medio el pasado ha enterrado
al futuro y, posiblemente, siempre sucederá así.
Juan Benemeles es un
destacado intelectual cubano autor de numerosos libros, entre ellos
“Las Guerras Secretas de Fidel Castro” y “Transición: Teorías y
Modelos”.
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