By ARIEL COHEN A lo mejor estaba cegada por el odio. Quizás estaba tratando de desviar la atención de los crímenes de los terroristas. Pero hay algo que está claro: cuando la secretaria general de Amnistía Internacional Irene Zubeida Kahn calificó al centro de detención de Guantánamo como “el Gulag de nuestro tiempo”, añadiendo que “es irónico que esto suceda en el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz,” sus palabras surgen de una profunda ignorancia o de una deliberada mala fe. William Schulz, director de Amnesty's Washington, declaró que el centro de Guantánamo para terroristas (que no están sujetos a la Convención de Ginebra de 1949) es “similar al menos en carácter, si no en tamaño, a lo que sucedió en el Gulag.” Posteriormente dio marcha atrás, al darse cuenta de que sus comentarios eran tan groseros que podían ser contraproducentes. Amnistía defiende proteger a los terroristas bajo la Convención de Ginebra, pero ignora el hecho de que los terroristas no portan armas abiertamente, no usan uniformes ni llevan grados y, por consiguiente, no pertenecen a ningún ejército. Comparar el tropical centro de detención caribeño con los helados campos de concentración de Stalin tiene tan poco sentido como llamar “nazis” a los policías de Londres. Mi abuelo murió en el Gulag, como decenas de millones de otros, y me ofende la arrogancia con que Amnistía trivializa sus sufrimientos por vulgares objetivos políticos.
El Gulag (de Directorio Principal de Campos, en ruso) era una
máquina de exterminio. Iniciado por el fundador del estado soviético
Vladimir Lenin, y ampliado por Stalin y sus amigos de la NKVD (la
policía política), el Gulag devoró a los ciudadanos "socialmente
hostiles'': abogados, médicos, empresarios, oficiales "blancos'' de
las fuerzas armadas, así como sus mujeres e hijos. Millones fueron
encarcelados sin ningún proceso legal. Muchos reclusos fueron ejecutados, murieron de hambre o se les dejó morir de enfermedades infecciosas. Las raciones eran tan pobres que muchos contrajeron escorbuto y murieron de desnutrición. Los sacerdotes eran encarcelados o muertos a tiros. Las familias eran divididas. Los niños eran mandados a orfelinatos para “miembros de familias de enemigos del pueblo.” Fácilmente mi padre y mi tía pudieron haber terminado en uno de ellos, pero amigos de la familia los rescataron. En la Rusia de Stalin famosos generales, destacados poetas, escritores, científicos e ingenieros fueron muertos de un balazo en la nuca o perecieron en el Gulag, o sobrevivieron en el último momento para ir a trabajar como mano de obra esclava. El poeta Osip Mandelshtam, el escritor Isaac Babel y el director de teatro Vsevolod Meyerhold murieron todos. Alexander Solyenitsin, el físico atómico Lev Landau, el diseñador de aviones Nikolai Polikarpov, el ingeniero Andrey Tupolev y el diseñador de cohetes Sergei Korolev fueron rescatados para construir la potencia militar soviética en instalaciones prisiones, como describe Solyenitzin en El séptimo círculo. Millones de campesinos y otras gentes sencillas nunca regresaron. Algunos investigadores estiman que entre 1918 y 1956 en el Gulag pueden haber muerto hasta 25 millones de personas. En contraste, los reclusos de Guantánamo comen pollo asado y arroz pilaf con salmón. Ninguno ha muerto de supuestos abusos, ninguno está sufriendo de hambre o de frío. Los reclusos tienen acceso al Corán y a servicios religiosos cinco veces al día. El Gulag fue imitado en otros países comunistas. Pero Amnistía prefiere calumniar a Estados Unidos que criticar el verdadero gulag de Corea del Norte, donde discípulos del Joseph Mengele, el “Dr. Muerte” de Auschwitz, realizan experimentos con seres humanos. A Kahn no le interesan estos temas. En vez de eso, según nos informa la propia Amnistía, se ha concentrado en los “bombardeos de Afganistán,” la situación israelí/palestina tras Jenin; Bulgaria y las “ocultas violaciones de los derechos humanos en Australia.” La agenda política de Kahn es obvia: mientras el reporte anual de Amnistía despacha a Corea del Norte con 972 palabras, sus críticas a Israel se extienden por 2,600 palabras, sin apenas mencionar el terrorismo palestino o el lavado de cerebro entre los niños para que odien a los judíos y los americanos y quieran ser terroristas suicidas. Las críticas a Estados Unidos se llevan 3,312 palabras, mucho más que los reportes sobre China y Arabia Saudita. Hace falta un personaje salido de 1984 de Orwell para comparar Guantánamo con un gulag. Pretender hacer una equivalencia moral entre la URSS de Stalin, la peor dictadura totalitaria del siglo XX, y los Estados Unidos de hoy es ofensivo y repugnante. Al ignorar la verdadera amenaza a los derechos humanos --incluyendo las que afectan a las mujeres en el mundo islámico, y a los niños y mujeres violados y esclavizados en Darfur-- Aministía y Kahn están haciéndole el juego a los terroristas decididos a destruir a Occidente. Los fundamentalistas islámicos pueden manipular algunos elementos antiamericanos en la comunidad de los derechos humanos, gente que ellos consideran, en la famosa frase de Lenin, ‘‘idiotas útiles''. Pero a largo plazo sólo tienen desprecio por Iren Kahn, por Amnistía Internacional y por su mezquina y lamentable agenda.
Ariel Cohen es investigador de la Heritiage Foundation, y editor de
‘Eurasia in Balance".
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